"BUENA NUEVA" PASTORAL DE MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL Instrumento de Formación e Información
miércoles, 28 de abril de 2010
martes, 27 de abril de 2010
ESTO TENEMOS QUE VERLO
(Publicado por Eduardo Bolaños)
EL CREDO
lunes, 26 de abril de 2010
¡Es el Señor!
El Capítulo 21 del Cuarto Evangelio podemos dividirlo en dos partes: la manifestación del Señor Jesús a siete de sus discípulos que estaban con Pedro a orillas del lago (vv. 1-21), y la conclusión definitiva (vv. 24-25). Meditaremos la primera de ellas.La escena muestra la permanencia del Señor durante la prueba de la comunidad, que se encontraba unida en torno de Pedro: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: ‘Voy a pescar’. Ellos le respondieron: ‘También nosotros vamos contigo’. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada” (vv. 1-3). Notemos que el primero de la lista es el Apóstol Pedro, en posición sobresaliente, como también aparece en el episodio anterior del sepulcro vacío (compárese 20, 1-10; en especial, los versículos 3-5). El evangelista resalta así la figura de Pedro, quien resulta determinante para la unión y conducción de la comunidad.
El Señor Jesús se manifestó, primordialmente, a través de dos signos. Premió la constancia de quienes habían perseverado unidos acatando sus indicaciones (véanse vv. 4-6), a pesar de que al principio dichas instrucciones, venidas de un extraño, no debieron comprenderlas; pero un cierto sentido de confianza los movió a poner en práctica la Palabra del Señor. Correspondió al discípulo a quien Jesús amaba, reconocerlo y, entonces, entusiasmado, exclamó: “Es el Señor” (v. 7).El segundo signo estriba en la inefable benignidad y amistad con que Jesús, el Señor de la Vida, invitó a los suyos a compartir la mesa (véanse vv. 12-13). El evangelista destaca: “Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos” (v. 14). La originalidad cristiana no radica en su sistema de creencias ni en sus normas morales. La originalidad del Cristianismo es una Persona: Jesucristo, quien “aportó toda la novedad imaginable al hacerse Él mismo presente” (San Ireneo).
Así como el evangelista convocó a su comunidad a no olvidar que el Señor estaba cerca, nosotros debemos abrir los ojos para mirar aquellos guiños providenciales que nos muestran la permanente presencia de Cristo Resucitado en nuestra vida. Permítaseme compartir una anécdota ilustrativa de tan edificante vivencia. Se trata de mi abuelo, quien estando ya viejecito, hubo de afrontar un rudo revés en su vida. Sus amigos le comentaron que “no le veían muy preocupado”, a lo cual, el buen anciano, desde lo profundo de su experiencia, contestó: “Me preocuparé el día que vea publicada en el periódico la esquela de la Divina Providencia”.
DOMINGO: DÍA DEL SEÑOR
El ser Cristiano: una vocación para los demás:

Ser cristiano significa pasar del «ser para sí mismo» al «ser para los demás». En la Biblia el Buen Samaritano no se pregunta ¿Qué me sucederá, en qué líos me enredaré si me entretengo en atender al herido? Solo piensa: ¿Qué le sucederá al herido si no me paro a recogerlo?

Las grandes figuras de la historia de la salvación han vivido «el principio para». Abrahán, saliendo de su tierra; Moisés, dirigiendo el éxodo... Ofrecerse y darse. Morir para vivir. Como el grano de trigo, que si no muere permanece solo, pero si muere da fruto abundante.
Fuente: www.elobservadorenlinea.com
viernes, 23 de abril de 2010
lunes, 19 de abril de 2010
Benedicto XVI, "Pío XII, maestro de caridad"
Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI pronunció el pasado viernes 9 de abril, tras asistir a la proyección, en el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, de la película Sotto il cielo di Roma, sobre la actuación de Pío XII durante la ocupación alemana de Roma, entre 1943 y 1944.

Un pensamiento de reconocimiento también al señor Ettore Bernabei, a los demás productores y a cuantos han colaborado para realizar el significativo trabajo que acabamos de ver.
Saludo con afecto a los señores cardenales, a los prelados y a todos los presentes.
Estas obras – pensadas para el gran público, con los medios más modernos, y al mismo tiempo dirigidas a ilustrar personajes o acontecimientos del siglo pasado – revisten particular valor sobre todo para las nuevas generaciones. Para quien, en la escuela, ha estudiado ciertos acontecimientos, de los que quizás haya oído también hablar, películas como esta pueden ser útiles y estimulantes y pueden ayudar a conocer un periodo que no está lejos, de hecho, pero que la presión de los acontecimientos de la historia reciente y una cultura fragmentada pueden hacer olvidar.

Pío XII fue el Papa de nuestra juventud. Con su rica enseñanza supo hablar a los hombres de su tiempo indicando el camino de la Verdad y con su gran sabiduría supo orientar a la Iglesia hacia el horizonte del Tercer Milenio.Me urge, sin embargo, subrayar particularmente que Pío XII fue el Papa que, como padre de todos, presidió en la caridad en Roma y en el mundo, sobre todo en el difícil tiempo de la Segunda Guerra Mundial.En un discurso del 23 de julio de 1944, inmediatamente después de la liberación de la Ciudad de Roma agradecía a los miembros del Círculo de San Pedro por la colaboración prestada, diciendo: “(Vosotros) nos aayudáisa satisfacer más ampliamente Nuestro deseo de enjugar tantas lágrimas, de aliviar tantos dolores", e indicaba como central para todo cristiano la exhortación de san Pablo a los Colosenses (3,14-15): "Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo” (Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santità Pio XII, VI, p. 87-88).

La caridad es la razón de toda acción, de toda intervención.Es la razón global que mueve el pensamiento y los gestos concretos, y estoy contento de que también de esta película surja este principio unificador. Me permito sugerir esta clave de lectura, a la luz del auténtico testimonio de ese gran maestro de fe, de esperanza y de caridad que fue el papa Pío XII.Renovando a todos la expresión de mi reconocimiento, aprovecho la ocasión para dirigir mis mejores augurios pascuales, mientras de corazón os bendigo a todos los aquí presentes, junto con vuestros colaboradores y seres queridos.
¡Señor mío y Dios mío!

Los discípulos estaban atemorizados y, de pronto, Jesús, el Señor de la Vida, se presentó y les participó su don por antonomasia: “La paz sea con ustedes” (v. 19). El evangelista no quiere dejar ninguna duda acerca de la identidad del Resucitado, por lo cual nos dice que Jesús mostró las manos y el costado, para que sus heridas se convirtieran en sus señas de identidad (véase v. 20a). Cuando los discípulos reconocieron a Jesús como el Señor, pasaron del miedo a la alegría, que es el sentimiento básico de la realidad pascual (véase v. 20b).San Juan tiene especial cuidado en transmitir que Jesús de nuevo les manifestó: “‘La paz sea con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo’. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar’” (vv. 21-23). Este saludo envuelve un vitalizador programa, porque para los judíos la paz no implica sólo ausencia de problemas, sino plenitud de vida. La paz del Señor que capacita a los discípulos para cumplir su misión, nace de lo más recóndito del Misterio Trinitario. Nuestra misión tiene como fin, en consecuencia, transmitir al mundo entero esa paz ofrecida por Jesús.
Para que creyendo tengan vida
A un miembro de la comunidad que estaba ausente cuando Jesús los visitó, el testimonio de sus hermanos no le convenció (véanse vv. 24-25). Ocho días después, el Señor se presentó otra vez (véase v. 26), y la experiencia de su presencia provocó que el dubitativo Tomás, en las heridas de Jesús, descubriera su divinidad y emitiera la más contundente confesión de fe contenida en los Evangelios: “¡Señor mío, y Dios mío!” (v. 28). El Resucitado contestó con una bienaventuranza que constituye la cumbre del relato: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto” (v. 29).Esta bienaventuranza se explícita con la primera conclusión del Cuarto Evangelio, en el que su autor expone su objetivo, que consistió en valerse de su pluma para dar testimonio de Jesús, el Señor de la Vida y, motivar así, la fe en los destinatarios de su obra, que incluye a todas las generaciones que recibirán el mensaje pascual de la predicación cristiana: “Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre” (vv. 30-31).

Jesús pasó haciendo el bien

RESUCITÓ JESÚS: VALE LA PENA VIVIR

Nada de desánimos ni pesimismos. Un cristiano triste, es un triste cristiano. Un cristiano pesimista, no es cristiano. Hay signos maravillosos de resurrección en nuestra vida; son signos pequeños, sencillos, pero signos que pueden cambiar el mundo.
CRISTO RESUCITADO: ¿MITO O REALIDAD?

Tiempo para recordar y revivir la experiencia de Cristo Resucitado, y para renovar en nosotros la esperanza, la alegría de vivir, la confianza en la bondad humana, la fe en una vida eterna después de la muerte y en una vida plena y feliz antes de la muerte. Maravillosa experiencia que desde el principio removió los corazones de los apóstoles y los que fueron testigos directos de este único y especial acontecimiento, y que ha seguido transformando las vidas de millones de seres humanos a lo largo de esta historia nuestra de 21 siglos.
En fin, reflexionamos todo esto porque es algo que hoy también hace dudar a muchas personas, creyentes o no, a muchos adolescentes y jóvenes con los que nos encontramos cada día en las clases de Religión o en otras situaciones. Con ellos, yo también nos preguntamos y nos cuestionamos, no porque dudemos radicalmente de nuestra fe en la experiencia real y viva de Cristo Resucitado, sino porque siempre es bueno cuestionarse para seguir purificando esa fe y para hacerla más auténtica y creíble. Y ahí sí que tenemos la prueba de fuego de nuestra credibilidad. No tanto en el rebatimiento de esta o cual teoría a favor o en contra de la Resurreción, sino en el testimonio que damos con nuestra propia vida, en nuestra manera de tratar a los demás, en nuestra alegría, en nuestro compromiso por la justicia, la paz y la solidaridad. Sólo ahí podremos "demostrar" que en verdad sigue Vivo y Resucitado y es fuente de nuestra felicidad.
Y no es extraño tampoco que mucha gente no crea tanta exhibición religiosa por las calles y tan poco compromiso real con la Iglesia y con los valores del Evangelio.
Desde esta página, invitamos a vivir con fuerza y alegría la experiencia de Cristo Resucitado, a contagiar esta alegría y esta esperanza a este mundo nuestro que tanto lo necesita, sumergido como está a veces en la oscuridad de las guerras, las desigualdades sociales, el drama de la inmigración, la tragedia del hambre y la miseria, las amenzas terroristas, el deterioro ecológico, el peligro nuclear, los dramas de la soledad, la droga y el vacío existencial que sólo busca la felicidad en el tener y el consumir. Los cristianos debemos contagiar una felicidad mayor, la felicidad del amor, de la paz, de la familia, de la solidaridad, de la justicia, de los afectos y sentimientos, la felicidad de la fe. Sin imponer nada, acogiendo a todos, incluso a los que dudan o critican, caminando y buscando con los otros, sin renunciar a las propias convicciones, pero sin pretender que sean las únicas, favorenciendo la integración y respeto de todos. Sólo así podremos "demostrar" que la Resurrección de Cristo no es un mito conservador y paralizante, sino una experiencia viva que tranforma corazones y lucha por la transformaciòn del mundo.
VIGILIA PASCUAL - Sábado 3 de abril

Luego continua con la Liturgia de la Palabra, en la que se leen siete relatos del Antiguo Testamento alusivos al plan salvífico de Dios, intercalados con salmos y oraciones. Tras estos sigue la Vigilia con la entonación del Gloria que no se había cantado desde que empezó la Cuaresma, junto con repique de campanas. Se procede a la lectura de una carta apostólica del Nuevo Testamento. Tras este lectura y previo al Evangelio se entona de manera solemne el Aleluya, y se procede a leer el Evangelio correspondiente. En el caso del Aleluya y del Gloria, se puede cantar empleando instrumentos festivos.
Tras la homilía tiene lugar la Liturgia Bautismal, en la cual se administra el Bautismo a los nuevos cristianos de ese año y se bendice el agua de la pila bautismal y se cantan las Letanías de los Santos. También, los fieles presentes renuevan sus promesas bautismales, tomando de nuevo la luz del cirio pascual, y se los asperja con agua bendita. Finalmente, se continua la Misa con la liturgia eucarística de la manera acostumbrada. Se acostumbra a realizar la Eucaristía bajo las dos especies. La eucaristía, como siempre termina con el envió a la misión "Ite missa est", que en este día es solemnizado por el canto y por el doble aleluya que se añade.
¡¡¡ FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN A TODOS USTEDES, QUERIDOS AMIGOS DE LA BUENA NUEVA!!!

Benedicto XVI: La Resurrección, el mensaje más extraordinario

MIRA A JESÚS CRUCIFICADO...
DOS MADEROS...

Ambos maderos se unen y forman la Cruz: es Jesús el que está en la intersección, porque es un Hombre, pero también es Dios.Dos simples maderos, dos trozos de árbol unidos para toda la eternidad.La Cruz tiene un profundo sentido de Amor, que nos cuesta descubrir.
Nuestra ceguera nos impide ver más allá de lo que nuestros ojos perciben, y de éste modo no logramos comprender en toda su majestuosa profundidad, el Signo que la Cruz representa.Un Madero horizontal sujeta los Brazos de Jesús, formando un abrazo que nos envuelve a todos los hombres, a todos los hermanos del Señor.Ese madero que corre paralelo a la superficie de la tierra, marca el Amor del Hombre-Dios por todos nosotros, es la unión en el amor fraterno, amor de miembros de la Iglesia, que Él mismo fundó sobre Su Sangre.
¡La Cruz logra con este Madero, unirnos en hermandad!... Dos Clavos fueron suficientes para sujetar al Amor hecho Criatura, en un abrazo duradero por toda la eternidad... Desde el Madero horizontal, parten lazos de amor que nacen de una Mano del Señor, barren la superficie de la tierra tocando a todos los hombres con el signo del amor entre hermanos, y vuelven a unirse a la otra Mano de Jesús, cerrando el círculo. Al verlo en la Cruz, sujeto al Madero con Sus Brazos abiertos, sentimos que Jesús nos invita a unirnos a Su Humanidad, a ser como Él. Pero si el Madero horizontal representa la Naturaleza Humana de Jesús y Su Mandamiento de amor entre hermanos; Madero que envuelve la faz de la tierra, ¿cuál es entonces el significado del otro Madero, el vertical?... El Madero vertical une el Cielo y la tierra, y es un signo de la Divinidad de Jesús, de Su Naturaleza Divina; ese Hombre clavado al Madero, ¡es Dios!... ¿Acaso comprendemos realmente lo que esto significa?...La Cruz no está completa, sin este otro Madero.
Este leño vertical, nos muestra el Amor desde arriba (Dios), hacia abajo (hombre), y nos invita al amor desde abajo (hombre), hacia arriba (Dios). ¡Es el amor por Dios, y el amor de Dios por nosotros!... Nos muestra el segundo camino del Amor, el inmenso amor del Dios Eterno e Inmortal por Sus criaturas, y nos señala también el camino inverso: Jesús vino a recordarnos y a enseñarnos a amar a Su Padre, al Dios de los profetas. Este Madero es una ruta de doble vía, del amor que sube y que baja, que se alimenta y realimenta desde nuestro amor al Padre que se eleva, y desciende multiplicado como más amor de Él por nosotros, hasta elevarnos espiritualmente hasta cumbres no exploradas antes por nuestras almas. Ambos Maderos se unen y forman la Cruz: es Jesús el que está en la intersección, porque es un Hombre (el palo horizontal nos da la perspectiva humana de Cristo, porque Él es nuestro hermano, que nos amó y nos ama inmensamente), pero también es Dios (el palo vertical nos da la perspectiva Divina de Cristo, Él es Dios, y como tal nos da Su Amor derivado del Amor de Su Padre).
Jesús, Hombre y Dios, amor humano y Amor Divino, la Cruz como entrega de Amor sublime de un Dios que dio hasta la ultima gota de Su Sangre por nosotros, por nuestra salvación. Dos Maderos, dos ríos de amor... Dios quiso que éstas dos sendas se crucen, en el momento oportuno, y en el lugar oportuno. En el Gólgota, las dos rutas fueron unidas por un Hombre que encontró Su Cuerpo Clavado a los Dos Maderos, configurando una Cruz, nuestra Cruz.
El punto de unión no podía ser otra cosa, más que una explosión de amor.Un estallido de amor que sacudió el universo, despertó a las estrellas más lejanas, porque fue el mismo Dios que las creó, el que murió en ese instante. Jesús, regalo de Amor del Padre, unió con Su propio Cuerpo mutilado estas dos rutas, dejándonos claramente expuesto Su mensaje: "Amen a Dios por sobre todas las cosas, como Yo amo a Mi Padre, y ámense unos a otros con todo el corazón, como Yo los he amado también"...
En el punto de unión de los Dos Maderos, en la Cruz, Jesús amó hasta el infinito, y dejó todo allí por nosotros. Su Padre lo envió para que nos salve, conociendo de antemano el precio de nuestra salvación. Sabiendo que Dos Maderos iban a sujetar todo el amor del universo, por un breve instante en Palestina, cambiando para siempre la historia de la humanidad...
Viernes Santo: 2 de abril

miércoles, 14 de abril de 2010
Viernes Santo: La Cruz

EN LA CRUZ CONOCEMOS A DIOS, EN LA CRUZ CONOCEMOS EL AMOR
Por esta razón tantos textos de la resurrección insisten en que Jesús les hace entender las Escrituras, les enseña a leerlas, les abre la mente para comprender. Eso es lo que debemos esperar del Viernes Santo: que nos abra la mente para entender y aceptar a Jesús y al Dios de Jesús.
Jesús muere porque ha resultado peligroso para los poderes religiosos que manejan a su vez a los poderes políticos. Los motivos de su muerte son bien humanos: su delito han sido sus curaciones y sus parábolas. Pero los sacerdotes han entendido muy bien, quizá fueron los que mejor entendieron a Jesús: si lo de Jesús triunfa, se acabó su poder, su templo, su status. Jesús se enfrentó a todo eso y fue crucificado porque ellos eran más poderosos. Así, sin más. La humanidad de Jesús resplandece en la Pasión de manera singular.
Pero con esa muerte murieron también para siempre los sacerdotes, los ritos del Templo, la religión/poder, la opresión religiosa del pueblo por sus jefes, la teología para sabios iniciados, la santidad reservada a los puros, la ley como ocasión de condena, el servicio a Dios bajo temor… todo eso murió.
Los que creyeron en Jesús se libraron de todo eso. También a ellos intentaron matarlos, aunque tuvieron que contentarse con expulsarlos de la Sinagoga. Y para nosotros, los que dos mil años más tarde seguimos a Jesús, todas esas cosas han muerto también.
Jesús crucificado muestra qué es el triunfo: llegar hasta el final, realizar su labor por encima de todo miedo y conveniencia, entregarse a la gente pese a quien pese, y cueste lo que cueste.Jesús crucificado muestra que es más que un hombre normal: es el hombre lleno del Espíritu, y es el Espíritu el que le hace capaz de ir hasta el final.Jesús pudo evitar su muerte. Simplemente, con no subir a Jerusalén a celebrar la Pascua. Simplemente con no pernoctar aquella noche en Getsemaní. Jesús pudo perderse en los desiertos del este y buscarse la vida en Petra o en la corte de Persia; facultades tenía de sobra para ello.
En este crucificado descubrimos nosotros cómo es Dios. Por Jesús crucificado conocemos a su Padre, por Jesús crucificado podemos llamar a Dios Padre. Seguimos sintiendo la tentación de exigir al Todopoderoso un milagro en favor de su hijo. Seguimos añorando a los dioses impasibles milagreros. Seguimos deseando que a los santos todo les vaya bien y no tengan por qué sufrir.
En resumen, seguimos pensando que la religión es una excepción de la vida, un continuo milagro, una magia aparte de lo cotidiano. Y Jesús crucificado nos muestra a la religión como la fuerza para asumir la vida hasta el final, como entrega al Reino con todas sus consecuencias.
La crucifixión de Jesús fue y es un suceso histórico. En el mundo entero y en la iglesia, siguen crucificando a ese Hijo de Hombre los pecados.
PASIÓN

Pedro Casaldáliga
2. LA FECUNDIDAD OCULTA
viernes, 9 de abril de 2010
La agonía del huerto: aceptando el consuelo del ángel, Jesús aceptaba anticipadamente nuestros consuelos

Las últimas palabras de Cristo en la Cruz

'Ahí tienes a tu Madre' (23.XI.88)1. El mensaje de la cruz comprende algunas palabras supremas de amor que Jesús dirige a su Madre y al discípulo predilecto Juan, presentes en su suplicio del Calvario.San Juan en su Evangelio recuerda que 'junto a la cruz de Jesús estaba su Madre' (Jn 19, 25). Era la presencia de una mujer (ya viuda desde hace años, según lo hace pensar todo) que iba a perder a su Hijo. Todas las fibras de su ser estaban sacudidas por lo que había visto en los días culminantes de la pasión y de la que sentía y presentí hora junto al patíbulo. ¿Cómo impedir que sufriera y llorara? La tradición cristiana ha percibido la experiencia dramática de aquella Mujer llena de dignidad y decoro, pero con el corazón traspasado, y se ha parado a contemplarla participando profundamente en su dolor: 'Stabat Mater dolorosa / iuxta Crucem lacrimosa / dum pendebat Filius'.No se trata sólo de una cuestión 'de la carne o de la sangre', ni de un afecto indudablemente nobilísimo, pero simplemente humano. La presencia de María junto a la cruz muestra su compromiso de participar totalmente en el sacrificio redentor de su Hijo. María quiso participar plenamente en los sufrimientos de Jesús, ya que no rechazó la espada anunciada por Simeón (Cfr. Lc 2, 35), sino que aceptó con Cristo el designio misterioso del Padre. Ella era la primera partícipe de aquel sacrificio, y permanecería para siempre como modelo perfecto de todos los que aceptaran asociarse sin reservas a la ofrenda redentora.2. Por otra parte, la compasión materna que se expresaba en esa presencia, contribuía a hacer más denso y profundo el drama de aquella muerte en cruz, tan cercano al drama de muchas familias, de tantas madres e hijos, reunidos por la muerte tras largos periodos de separación por razones de trabajo, de enfermedad, de violencia causada por individuos o grupos.Jesús, que vio a su Madre junto a la cruz, la evoca en la estela de recuerdos de Nazaret, de Caná, de Jerusalén; quizá revive los momentos del tránsito de José, y luego de su alejamiento de Ella, y de la soledad en la que vivió en los últimos años, soledad que ahora se va a acentuar. María, a su vez, considera todas las cosas que a lo largo de los años 'ha conservado en su corazón' (Cfr. Lc 2, 19. 51), y que ahora comprende mejor que nunca en orden a la cruz. El dolor y la fe se funden en su alma. Y he aquí que, en un momento, se da cuenta que desde lo alto de la cruz Jesús la mira y le habla.3. 'Jesús, viendo a su Madre y junto a al discípulo a quien amaba, dice a su madre: !Mujer, ahí tienes a tu hijo!' (Jn 19, 26). Es un acto de ternura y piedad filial, Jesús no quiere que su Madre se quede sola. En su puesto le deja como hijo al discípulo que María conoce como el predilecto. Jesús confía de esta manera a María una nueva maternidad y la pide que trate a Juan como a hijo suyo. Pero aquella solemnidad del acto de confianza 'Mujer, ahí tienes a tu hijo', ese situarse en el corazón mismo del drama de la cruz, esa sobriedad y concentración de palabras que se dirán propias de una formula casi sacramental, hacen pensar que, por encima de las relaciones familiares, se considere el hecho en la perspectiva de la obra de la salvación en el que la mujer) María, se ha comprometido con el Hijo del hombre en la misión redentora. Como conclusión de esta obra, Jesús pide a María que acepte definitivamente la ofrenda que El hace de Sí mismo como víctima de expiación, y que considere y a Juan como hijo suyo. Al precio de su sacrificio materno recibe esa nueva maternidad.4. Ese gesto filial, lleno de valor mesiánico, va mucho más allá de la persona del discípulo amado, designado como hijo de María. Jesús quiere dar a María una descendencia mucho más numerosa, quiere instituir una maternidad para María que abarque a todos sus seguidores y discípulos de entonces y de todos los tiempos. El gesto de Jesús tiene, pues, un valor simbólico. No es sólo un gesto de carácter familiar, como el de un hijo que se ocupa de la suerte de su madre, sino que es el gesto del Redentor del mundo que asigna a María, como 'mujer' un papel de maternidad nueva con relación a todos los hombres, llamados a reunirse en la Iglesia. En ese momento, pues, María es constituida, y casi se diría 'consagrada', como Madre de la Iglesia desde lo alto de la cruz.5. En este don hecho a Juan y, en él, a los seguidores de Cristo y a todos los hombres, hay como una culminación del don que Jesús hace de Sí mismo a la humanidad con su muerte en cruz. María constituye con El un 'todo', no sólo porque son madre e hijo 'según la carne', sino porque en el designio eterno de Dios están contemplados, predestinados, colocados juntos en el centro de la historia de la salvación; de manera que Jesús siente el deber de implicar a su Madre no sólo en la oblación suya el Padre, sino también en la donación de Sí mismo a los hombres; María, por su parte, está en sintonía perfecta con el Hijo en este acto de oblación y de donación, como para prolongar el 'Fiat' de a anunciación.Por otra parte, Jesús, en su pasión, se ha visto despojado de todo. En el Calvario le queda su Madre; con un gesto de desasimiento supremo, la entrega también al mundo entero, antes de llevar a término su misión con el sacrificio de la vida. Jesús es consciente de que ha llegado el momento de la consumación, como dice el Evangelista: 'Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido...' (Jn 19, 28). Quiere que entre las cosas 'cumplidas' esté también en el don de la Madre a la Iglesia y al mundo.6. Se trata ciertamente de una maternidad espiritual, que se realiza según la tradición cristiana y la doctrina de la Iglesia, en el orden de la gracia. 'Madre en el orden de la gracia' la llama el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium 61). Por tanto, es esencialmente una maternidad 'sobrenatural', que se inscribe en la esfera en la que opera la gracia, generadora de vida divina en el hombre. Por tanto, es objeto de fe, como lo es la misma gracia con la que está vinculada, pero no excluye sino que incluso comporta todo un florecer de pensamientos, de afectos tiernos y suaves, de sentimientos vivísimos de esperanza, confianza, amor, que forman parte del don de Cristo.Jesús, que había experimentado y apreciado el amor materno de María en su propia vida, quiso que también sus discípulos pudieran gozar a su vez de ese amor materno como componente de la relación con El en todo el desarrollo de su vida espiritual. Se trata de sentir a María como Madre y de tratarla como Madre, dejándola que nos forme en la verdadera docilidad a Dios, en la verdadera unión con Cristo, y en la caridad verdadera con el prójimo.7. También se puede decir que este aspecto de la relación con María está incluido en el mensaje de la cruz. El Evangelista dice, en efecto, que Jesús 'luego dijo al discípulo: !Ahí tienes a tu madre!' (Jn 19, 27). Dirigiéndose al discípulo, Jesús le pide expresamente que se comporte con María como un hijo con su madre. Al amor materno de María deberá corresponder un amor filial. Puesto que el discípulo sustituye a Jesús junto a María, se le invita a que a ame verdaderamente como madre propia. Es como si Jesús dijera: 'Ámala como la he amado yo'. Y ya que en el discípulo, Jesús ve a todos los hombres a los que deja ese testamento de amor, para todos vale la petición de que amen a María como Madre. En concreto, Jesús funda con esas palabras suyas el culto mariano de la Iglesia, a la que hace entender, por medio de Juan, su voluntad de que María reciba un sincero amor filial por parte de todo discípulo del que ella es madre por institución de Jesús mismo. La importancia del culto mariano, querido siempre por la Iglesia, se deduce de las palabras pronunciadas por Jesús en la hora misma de su muerte.8. El Evangelista concluye diciendo que 'desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa' (Jn 19, 27). Esto significa que el discípulo respondió inmediatamente a la voluntad de Jesús: desde aquel momento, acogiendo a María en su casa, le ha mostrado su afecto filial, la ha rodeado de toda clase de cuidados, ha obrado de manera que pudiera gozar de recogimiento y de paz a la espera de reunirse con su Hijo, y desempeñar su papel en la Iglesia naciente, tanto en Pentecostés como en los años sucesivos.Aquel gesto de Juan era la puesta en práctica del testamento de Jesús con respecto a María: pero tenía un valor simbólico para todo discípulo de Cristo, invitado y acoger a María junto a sí, a hacerle un lugar en la propia vida. Por la fuerza de las palabras de Jesús al morir, toda vida cristiana debe ofrecer un 'espacio' a María, no puede prescindir de su presencia.Podemos concluir entonces esta reflexión y catequesis sobre el mensaje de la cruz, con la invitación que dirijo a cada uno, de preguntarse cómo acoge a María en su casa, en su vida; también con una exhortación a apreciar cada vez mas el don que Cristo crucificado nos ha hecho, dejándonos como madre a su misma Madre.
Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (30.XI.1988)1. Según los sinópticos, Jesús gritó dos veces desde la cruz (Cfr. Mt 27, 46-50; Mc 15, 34, 37); sólo Lucas (23, 46) explica el contenido del segundo grito. En el primero se expresan la profundidad e intensidad del sufrimiento de Jesús, su participación interior, su espíritu de oblación y también. quizá la lectura profético-mesiánica que El hace de su drama sobre la huella de un Salmo bíblico. Cierto que el primer grito manifiesta los sentimientos de desolación y abandono expresados por Jesús con las primeras palabras del Salmo 21/22: 'A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: "Eloi, Eloi, lema sabactani?'' (que quiere decir), !Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?!' (Mc 15, 34; cfr. Mt 27, 46). Marco trae las palabras en arameo. Se puede suponer que ese grito haya parecido de tal forma característico, que los testigos auriculares del hecho, cuando narraron el drama del Calvario, encontraron oportuno repetir las mismas palabras de Jesús en arameo, la lengua que hablaban El y la mayoría de los israelitas contemporáneos suyos. A Marco le pudieron ser referidas por Pedro, como sucede con la palabra 'Abbá'= Padre (Cfr. Mc 14, 36) en la oración de Getsemaní.2. Que Jesús use en su primer grito las palabras iniciales del Salmo 21/22, es algo significativo por diversas razones. En el espíritu de Jesús, que acostumbraba a rezar siguiendo los textos sagrados de su pueblo, se habían depositado muchas de aquellas palabras y frases que le impresionaban particularmente porque expresaban mejor la necesidad y a angustia del hombre delante de Dios y aludían de algún modo a la condición de Aquel que tomaría sobre sí toda nuestra iniquidad (Cfr. Is 53, 11).Por eso, en la hora del Calvario fue espontáneo para Jesús apropiarse de aquella pregunta que el Salmista hace a Dios sintiéndose agotado por el sufrimiento. Pero en su boca el 'por qué' dirigido a Dios era muy eficaz al expresar un estupor dolido por el sufrimiento que no tenía una explicación simplemente humana, sino que constituía un misterio del que sólo el Padre tenía la clave. Por esto, aun naciendo del recuerdo del Salmo leído o recitado en la sinagoga, la pregunta encerraba un significado teológico en relación con, el sacrificio mediante el cual Cristo debía, en total solidaridad con el hombre pecador, experimentar en Sí el abandono de Dios. Bajo el influjo de esta tremenda experiencia interior, Jesús al morir encuentra la fuerza para estallar con este grito.En aquella experiencia, en aquel grito, en aquel 'por qué' dirigido al cielo, Jesús establece también un nuevo modo de solidaridad con nosotros, que tan a menudo nos vemos llevados a levantar ojos y labios al cielo para expresar nuestro lamento, y alguno incluso su desesperación.3. Escuchando a Jesús pronunciar su 'por qué', aprendemos que también los hombres que sufren pueden pronunciarlo, pero con esas mismas disposiciones de confianza y abandono filial de las que Jesús es maestro y modelo para nosotros. En el 'por qué' de Jesús, no hay ningún sentimiento o resentimiento que lleve a la rebelión o que induzca a la desesperación; no hay sombra de reproche dirigido al Padre, sino que es la expresión de la experiencia de fragilidad, de soledad, de abandono a Sí mismo, hecha por Jesús en nuestro lugar; por El, que se convierte así en el primero de los 'humillados y ofendidos', el primero de los abandonados, el primero de los 'desamparados' (como le llaman los españoles), pero que al mismo tiempo nos dice que sobre todos estos pobres hijos de Eva vela la mirada benigna de la Providencia auxiliadora.4. En realidad, si Jesús prueba el sentimiento de verse abandonado por el Padre, sabe, sin embargo, que no lo esta en absoluto. El mismo dijo: 'El Padre y yo somos una sola cosa' (Jn 10, 30), y hablando de la pasión futura: 'Yo no estoy solo porque el Padre está conmigo' (Jn 16, 32). En la cima de su espíritu Jesús tiene la visión neta de Dios y la certeza de la unión con el Padre. Pero en las zonas que lindan con la sensibilidad y, por ello, más sujetas a las impresiones, emociones, repercusiones de las experiencias dolorosas internas y externas, el alma humana de Jesús se reduce a un desierto, y El no siente ya la 'presencia' del Padre, sino la trágica experiencia de la más completa desolación.5. Aquí se puede trazar un cuadro sumario de aquella situación sicológica de Jesús con relación a Dios.Los acontecimientos exteriores parecen manifestar a ausencia del Padre que deja crucificar a su Hijo aun disponiendo de 'legiones de ángeles' (Cfr. Mt 26, 53), sin intervenir para impedir su condena a la muerte y al suplicio. En el huerto de los Olivos Simón Pedro había desenvainado una espada en su defensa, siendo rápidamente interrumpido por el mismo Jesús (Cfr. Jn 18, 10s.); en el pretorio Pilato había intentado varias veces maniobras diversas para salvarle (Cfr. Jn 18, 31. 38 s.; 19, 46. 12-15); pero el Padre, ahora, calla. Aquel silencio de Dios pesa sobre el que muere como la pena más gravosa, tanto más cuanto que los adversarios de Jesús consideran aquel silencio como su reprobación: 'Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: !Soy Hijo de Dios!' (Mt 27, 43).En la esfera de los sentimientos y de los afectos, este sentido de la ausencia y el abandono de Dios fue la pena más terrible para el alma de Jesús, que sacaba su fuerza y alegría de la unión con el Padre. Esa pena hizo más duros todos los demás sufrimientos. Aquella falta de consuelo interior fue su mayor suplicio.6. Pero Jesús sabía que con esta fase extrema de su inmolación, que llegó hasta las fibras más íntimas de su corazón, completaba la obra de la redención que era el fin de su sacrificio por la reparación de los pecados. Si el pecado es la separación de Dios, Jesús debía probar en la crisis de su unión con el Padre, un sufrimiento proporcionado a esa separación.Por otra parte, citando el comienzo del Salmo 21/22 que quizá continuó diciendo mentalmente durante la pasión, Jesús no ignoraba su conclusión, que se transforma en un himno de liberación y en un anuncio de salvación dado a todos por Dios. La experiencia del abandono es, pues, una pena pasajera que cede el puesto a la liberación personal y a la salvación universal. En el alma afligida de Jesús tal perspectiva alimento ciertamente la esperanza, tanto más cuanto que siempre presentó su muerte como un paso hacia la resurrección, como su verdadera glorificación. Con este pensamiento su alma recobra vigor y alegría sintiendo que está próxima, precisamente en el culmen del drama de la cruz, la hora de la victoria.7. Sin embargo, poco después, quizá por influencia del Salmo 21/22, que reaparecía en su memoria, Jesús dice estas otras palabras: 'Tengo sed' (Jn 19,28).Es muy comprensible que con estas palabras Jesús aluda a la sed física, al gran tormento que forma parte de la pena de la crucifixión, como explican los estudiosos de estas materias. También se puede añadir que el manifestar su sed Jesús dio prueba de humildad, expresando una necesidad física elemental, como haberla hecho otro cualquiera. También en esto Jesús se hace y se muestra solidario con todos los que, vivos o moribundos, sanos o enfermos, pequeños o grandes, necesitan y piden al menos un poco de agua... (Cfr. Mt 10, 42). Es hermoso para nosotros pensar que cualquier socorro prestado aun moribundo, se le presta a Jesús crucificado!8. No podemos ignorar a anotación del Evangelista, el cual escribe que Jesús pronunció tal expresión )'Tengo sed') 'para que se cumpliera la Escritura' (Jn 19, 28 También en esas palabras de Jesús hay otra dimensión, además de la físico-sicológica. La referencia es también al Salmo 21/22: 'Mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprietas contra el polvo de la muerte' (Sal 21/22, 16). También en el Salmo 68/69, 22 se lee: 'Para mi sed me dieron vinagre'.En las palabras del Salmista se trata de sed física, pero en los labios de Jesús la sed entra en la perspectiva mesiánica del sufrimiento de la cruz. En su sed, Cristo moribundo busca otra bebida muy distinta del agua o del vinagre: como cuando en el pozo de Sicar pidió a la samaritana: 'Dame de beber' (Jn 4, 7). La sed física, entonces, fue símbolo y tránsito hacia otra sed: la de la conversión de aquella mujer. Ahora, en la cruz, Jesús tiene sed de una humanidad nueva, como la que deberá surgir de su sacrificio, para que se cumplan las Escrituras. Por eso relaciona el Evangelista el 'grito de sed' de Jesús con las Escrituras. La sed de la cruz, en boca de Cristo moribundo, es la última expresión de ese deseo del bautismo que tenía que recibir y de fuego con el cual encender la tierra, manifestado por él durante su vida. 'He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!' (Lc 12, 49-50). Ahora se va a cumplir ese deseo, y con aquellas palabras Jesús confirma el amor ardiente con que quiso recibir ese supremo 'bautismo' para abrirnos a todos nosotros la fuente del agua que sacia y salva verdaderamente (Cfr. Jn 4, 13-14).
'Todo está cumplido' (7.XII.88)1. 'Todo está cumplido' (Jn 19, 30). Según el Evangelio de Juan, Jesús pronunció estas palabras poco antes de expirar. Fueron las últimas palabras. Manifiestan su conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo (Cfr. Jn 17, 4). Nótese que no es tanto la conciencia de haber realizado sus proyectos, cuanto la de haber efectuado la voluntad del Padre en la obediencia que le impulsa a la inmolación completa de Sí en la cruz. Ya sólo por esto Jesús moribundo se nos presenta como modelo de lo que debería ser la muerte de todo hombre: la ejecución de la obra asignada a cada uno para el cumplimiento de los designios divinos. Según el concepto cristiano de la vida y de la muerte, los hombres, hasta el momento de la muerte, están llamados a cumplir la voluntad del Padre, y la muerte es el último acto, el definitivo y decisivo, del cumplimiento de esta voluntad. Jesús nos lo enseña desde la cruz.2. 'Padre, en tus manos pongo mi espíritu' (Lc 23, 46). Con estas palabras Lucas explícita el contenido del segundo grito que Jesús lanzó poco antes de morir (Cfr. Mc 13, 37, Mt 27, 50). En el primer grito había exclamado: 'Dios mío Dios mío, ¿por qué me has abandonado?' (Mc 15, 34; Mt 27, 46). Estas palabras se completan con aquellas otras que constituyen el fruto de una reflexión interior madurada en la oración. Si por un momento Jesús ha tenido y sufrido la tremenda sensación de ser abandonado por el Padre, ahora su alma actúa del único modo que, como El bien sabe, corresponde a un hombre que al mismo tiempo es también el 'Hijo predilecto' de Dios: el total abandono en sus manos.Jesús expresa este sentimiento suyo con palabras que pertenecen al Salmo 30/31: el Salmo del afligido que prevé su liberación y da gracias a Dios que la va a realizar: 'A tus manos encomiendo mi espíritu, tú el Dios leal me librarás' (Sal 30/31 6). Jesús, en su lúcida agonía, recuerda y balbucea también algún versículo de ese Salmo, recitado muchas veces durante su vida. Pero en la narración del Evangelista, aquellas palabras en boca de Jesús adquieren un nuevo valor.3. Con la invocación 'Padre' ('Abbá'), Jesús confiere un acento filial a su abandono en !as manos de! Padre. Jesús muere como Hijo. Muere en perfecta conformidad con el querer del Padre, con la finalidad de amor que el Padre le ha confiado y que el Hijo conoce bien.En la perspectiva del Salmista el hombre, afectado por la desventura y afligido por el dolor, pone su espíritu en manos de Dios para huir de la muerte que le amenaza. Jesús por el contrario, acepta la muerte y pone su espíritu en manos del Padre para atestiguarle su obediencia y manifestarle su confianza en una nueva vida. Su abandono es, pues, más pleno y radical, más audaz, más definitivo, más cargado de voluntad oblativa.4. Además, este último grito completa el primero, como hemos notado desde el principio. Retomemos los dos textos y veamos que resulta de su comparación. Ante todo bajo el aspecto meramente lingüístico y casi semántico.El término 'Dios' del Salmo 21/22 se toma, en el primer grito, como una invocación que puede significar extravío del hombre en la propia nada ante la experiencia del abandono por parte de Dios, considerado en su trascendencia y experimentado casi en un estado de 'separación' (el 'Santo', el Eterno, el Inmutable). En el grito posterior Jesús recurre al Salmo 30/31 insertando la invocación de Dios como Padre (Abbá), apelativo que le es habitual y con el que se expresa bien la familiaridad de un intercambio de calor paterno y de actitud filial.Además: en el primer grito Jesús también incluye un 'por qué' a Dios, ciertamente con profundo respeto hacia su voluntad, su potencia, su grandeza infinita, pero sin reprimir el sentido de turbación humana que suscita una muerte como aquella. Ahora, por el contrario, en el segundo grito, está la expresión de abandono confiado en los brazos del Padre sabio y benigno, que lo dispone y rige todo con amor. Ha habido un momento de desolación, en el que Jesús se ha sentido sin apoyo y defensa por parte de todos, incluso hasta de Dios: un momento tremendo; pero ha sido superado pronto gracias al acto de entrega de Sí en manos del Padre, cuya presencia amorosa e inmediata advierte Jesús en la estructura más profunda de su propio Yo, ya que El esta en el Padre como el Padre está en El (Cfr. Jn 10, 38; 14, 10 s.), ¡también en la cruz!5. Las palabras y gritos de Jesús en la cruz, para que puedan comprenderse, deben considerarse en relación a lo que El mismo había anunciado anteriormente, en las predicciones de su muerte y en la enseñanza sobre el destino del hombre a una nueva vida. La muerte es para todos un paso a la existencia en el más allá; para Jesús es, más todavía, la premisa de la resurrección que tendrá lugar al tercer día. La muerte, pues, tiene siempre un carácter de disolución del compuesto humano, disolución que suscita repulsa; pero tras el grito primero, Jesús pone con gran serenidad su espíritu en manos del Padre, en vistas a la nueva vida y, más aún, a la resurrección de la muerte, que señalará la coronación de misterio pascual. Así, después de todos los tormentos de los sufrimientos padecidos, físicos y morales, Jesús abraza la muerte como una entrada en la paz inalterable de ese 'seno del Padre' hacia el que ha estado dirigida toda su vida.6. Jesús con su muerte revela que al final de la vida el hombre no está destinado a sumergirse en la oscuridad, en el vacío existencial, en la vorágine de la nada, sino que está invitado al encuentro con el Padre, hacia el que se ha movido en el camino de la fe y del amor durante la vida, y en cuyos brazos se han arrojado con santo abandono en la hora de la muerte. Un abandono que, como el de Jesús, comporta el don total de sí por parte de un alma que acepta ser despojada de su cuerpo y de la vida terrestre, pero que sabe que encontrará la nueva vida, la participación en la vida misma de Dios en el misterio trinitario, en los brazos y en el corazón del Padre.7. Mediante el misterio inefable de la muerte, el alma del Hijo llega a gozar de la gloria del Padre en la comunión del Espíritu (Amor del Padre y del Hijo). Esta es la 'vida eterna', hecha de conocimiento, de amor, de alegría y de paz infinita.El Evangelista Juan dice de Jesús que 'entregó el espíritu' (Jn 19, 30). Mateo, que 'exaltó el espíritu' (Mt 27, 50), Marcos y Lucas, que 'expiró' (Mc 15, 37; Lc 23, 46). Es el alma de Jesús que entra en la visión beatífica en el seno de la Trinidad. En esta luz de eternidad puede captarse algo de la misteriosa relación entre la humanidad de Cristo y la Trinidad, que aflora en la Carta a los Hebreos cuando, hablando de la eficacia salvífica de la Sangre de Cristo, muy superior a la sangre de los animales ofrecidos en los sacrificios de la Antigua Alianza, escribe que Cristo en su muerte 'por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios (Heb 9, 14).