lunes, 26 de abril de 2010

¡Es el Señor!

Palabra del Domingo: 18 de abril 2010
Nuestra Madre Iglesia dispone en la Mesa de la Eucaristía, para la celebración del Tercer Domingo de Pascua, un pasaje del Santo Evangelio, de inconmensurable valor eclesial, que evoca una significativa aparición del Señor de la Vida, en la cual se nos invita, a partir de la fe, a constatar su amable presencia (Jn 21, 1-19).
El destacado papel de Pedro
El Capítulo 21 del Cuarto Evangelio podemos dividirlo en dos partes: la manifestación del Señor Jesús a siete de sus discípulos que estaban con Pedro a orillas del lago (vv. 1-21), y la conclusión definitiva (vv. 24-25). Meditaremos la primera de ellas.La escena muestra la permanencia del Señor durante la prueba de la comunidad, que se encontraba unida en torno de Pedro: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: ‘Voy a pescar’. Ellos le respondieron: ‘También nosotros vamos contigo’. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada” (vv. 1-3). Notemos que el primero de la lista es el Apóstol Pedro, en posición sobresaliente, como también aparece en el episodio anterior del sepulcro vacío (compárese 20, 1-10; en especial, los versículos 3-5). El evangelista resalta así la figura de Pedro, quien resulta determinante para la unión y conducción de la comunidad.
La originalidad del Cristianismo
El Señor Jesús se manifestó, primordialmente, a través de dos signos. Premió la constancia de quienes habían perseverado unidos acatando sus indicaciones (véanse vv. 4-6), a pesar de que al principio dichas instrucciones, venidas de un extraño, no debieron comprenderlas; pero un cierto sentido de confianza los movió a poner en práctica la Palabra del Señor. Correspondió al discípulo a quien Jesús amaba, reconocerlo y, entonces, entusiasmado, exclamó: “Es el Señor” (v. 7).El segundo signo estriba en la inefable benignidad y amistad con que Jesús, el Señor de la Vida, invitó a los suyos a compartir la mesa (véanse vv. 12-13). El evangelista destaca: “Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos” (v. 14). La originalidad cristiana no radica en su sistema de creencias ni en sus normas morales. La originalidad del Cristianismo es una Persona: Jesucristo, quien “aportó toda la novedad imaginable al hacerse Él mismo presente” (San Ireneo).
“La esquela de la Divina Providencia”
Así como el evangelista convocó a su comunidad a no olvidar que el Señor estaba cerca, nosotros debemos abrir los ojos para mirar aquellos guiños providenciales que nos muestran la permanente presencia de Cristo Resucitado en nuestra vida. Permítaseme compartir una anécdota ilustrativa de tan edificante vivencia. Se trata de mi abuelo, quien estando ya viejecito, hubo de afrontar un rudo revés en su vida. Sus amigos le comentaron que “no le veían muy preocupado”, a lo cual, el buen anciano, desde lo profundo de su experiencia, contestó: “Me preocuparé el día que vea publicada en el periódico la esquela de la Divina Providencia”.

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