martes, 27 de abril de 2010

ESTO TENEMOS QUE VERLO

Gloria Strauss y su devoción a Dios y María
(Publicado por Eduardo Bolaños)
Este es un emotivo video de cómo la fe de una niña, Gloria Strauss, quien rezaba siempre el Santo Rosario, ha llevado a muchas personas a convertirse al catolicismo después de su muerte en el 2007 por causa de un cáncer. Maravilloso como Dios hace su obra en todas las personas, y cómo una pequeña niña es capáz de darnos una lección tan grande del amor de Dios. Veamos

EL CREDO

Video de nuetro compatriota, el cantautor católico Luis Enrique Ascoy, que con la fuerza de su voz nos llena de esperanza. Todavía hay muchos católicos que creemos en nuestra Santa Madre iglesia, en sus verdades y en Dios que es nuestra principal meta.


lunes, 26 de abril de 2010

¡Es el Señor!

Palabra del Domingo: 18 de abril 2010
Nuestra Madre Iglesia dispone en la Mesa de la Eucaristía, para la celebración del Tercer Domingo de Pascua, un pasaje del Santo Evangelio, de inconmensurable valor eclesial, que evoca una significativa aparición del Señor de la Vida, en la cual se nos invita, a partir de la fe, a constatar su amable presencia (Jn 21, 1-19).
El destacado papel de Pedro
El Capítulo 21 del Cuarto Evangelio podemos dividirlo en dos partes: la manifestación del Señor Jesús a siete de sus discípulos que estaban con Pedro a orillas del lago (vv. 1-21), y la conclusión definitiva (vv. 24-25). Meditaremos la primera de ellas.La escena muestra la permanencia del Señor durante la prueba de la comunidad, que se encontraba unida en torno de Pedro: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: ‘Voy a pescar’. Ellos le respondieron: ‘También nosotros vamos contigo’. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada” (vv. 1-3). Notemos que el primero de la lista es el Apóstol Pedro, en posición sobresaliente, como también aparece en el episodio anterior del sepulcro vacío (compárese 20, 1-10; en especial, los versículos 3-5). El evangelista resalta así la figura de Pedro, quien resulta determinante para la unión y conducción de la comunidad.
La originalidad del Cristianismo
El Señor Jesús se manifestó, primordialmente, a través de dos signos. Premió la constancia de quienes habían perseverado unidos acatando sus indicaciones (véanse vv. 4-6), a pesar de que al principio dichas instrucciones, venidas de un extraño, no debieron comprenderlas; pero un cierto sentido de confianza los movió a poner en práctica la Palabra del Señor. Correspondió al discípulo a quien Jesús amaba, reconocerlo y, entonces, entusiasmado, exclamó: “Es el Señor” (v. 7).El segundo signo estriba en la inefable benignidad y amistad con que Jesús, el Señor de la Vida, invitó a los suyos a compartir la mesa (véanse vv. 12-13). El evangelista destaca: “Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos” (v. 14). La originalidad cristiana no radica en su sistema de creencias ni en sus normas morales. La originalidad del Cristianismo es una Persona: Jesucristo, quien “aportó toda la novedad imaginable al hacerse Él mismo presente” (San Ireneo).
“La esquela de la Divina Providencia”
Así como el evangelista convocó a su comunidad a no olvidar que el Señor estaba cerca, nosotros debemos abrir los ojos para mirar aquellos guiños providenciales que nos muestran la permanente presencia de Cristo Resucitado en nuestra vida. Permítaseme compartir una anécdota ilustrativa de tan edificante vivencia. Se trata de mi abuelo, quien estando ya viejecito, hubo de afrontar un rudo revés en su vida. Sus amigos le comentaron que “no le veían muy preocupado”, a lo cual, el buen anciano, desde lo profundo de su experiencia, contestó: “Me preocuparé el día que vea publicada en el periódico la esquela de la Divina Providencia”.

DOMINGO: DÍA DEL SEÑOR

JESUS EN TI CONFIO
Dice Jesús:
El alma más feliz
es la que confía en mi Misericordia,
pues Yo mismo la cuido”.




El ser Cristiano: una vocación para los demás:

Jesús, en todo momento pendiente de la voluntad del Padre, es el buen pastor que da su vida por las ovejas, que se santifica y se entrega por todas. No reserva nada para sí mismo. Es un ser-para-los-demás. Fue clavado en la cruz, en alto, para que podamos verle bien. Con sus pies clavados nos espera, y con sus brazos abiertos nos acoge a todos, sin distinción.

Ser cristiano significa pasar del «ser para sí mismo» al «ser para los demás». En la Biblia el Buen Samaritano no se pregunta ¿Qué me sucederá, en qué líos me enredaré si me entretengo en atender al herido? Solo piensa: ¿Qué le sucederá al herido si no me paro a recogerlo?

Aceptar la vocación cristiana es salir de sí mismo, acercarse a Cristo, para abrirse como Él a los demás. Seguir las huellas del Crucificado, crucificar el propio yo, existir para los otros. «Hay que salvarse juntos. Hay que llegar juntos a la casa de Dios. Hay que pensar un poco en los otros, hay que trabajar un poco por los otros. ¿Qué nos diría Dios si llegásemos hasta Él los unos sin los otros?» (Péguy).

Las grandes figuras de la historia de la salvación han vivido «el principio para». Abrahán, saliendo de su tierra; Moisés, dirigiendo el éxodo... Ofrecerse y darse. Morir para vivir. Como el grano de trigo, que si no muere permanece solo, pero si muere da fruto abundante.

Fuente: www.elobservadorenlinea.com

lunes, 19 de abril de 2010

Benedicto XVI, "Pío XII, maestro de caridad"

Martes 13 de abril de 2010

Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI pronunció el pasado viernes 9 de abril, tras asistir a la proyección, en el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, de la película Sotto il cielo di Roma, sobre la actuación de Pío XII durante la ocupación alemana de Roma, entre 1943 y 1944.

Queridos amigos,estoy muy contento de haber asistido a la primera proyección del film Sotto il cielo di Roma (Bajo el cielo de Roma, n.d.t.), una coproducción internacional que presenta el papel fundamental del Venerable Pío XII en la salvación de Roma y de tantos perseguidos, entre 1943 y 1944.

Aunque dentro del género divulgativo, se trata de un trabajo que, también a la luz de los estudios más recientes, quiere reconstruir aquellos hechos dramáticos y la figura del Pastor Angelicus.Agradezco al señor Paolo Garimberti, presidente de la RAI, por las corteses palabras que me ha dirigido.
Un pensamiento de reconocimiento también al señor Ettore Bernabei, a los demás productores y a cuantos han colaborado para realizar el significativo trabajo que acabamos de ver.
Saludo con afecto a los señores cardenales, a los prelados y a todos los presentes.
Estas obras – pensadas para el gran público, con los medios más modernos, y al mismo tiempo dirigidas a ilustrar personajes o acontecimientos del siglo pasado – revisten particular valor sobre todo para las nuevas generaciones. Para quien, en la escuela, ha estudiado ciertos acontecimientos, de los que quizás haya oído también hablar, películas como esta pueden ser útiles y estimulantes y pueden ayudar a conocer un periodo que no está lejos, de hecho, pero que la presión de los acontecimientos de la historia reciente y una cultura fragmentada pueden hacer olvidar.

Pío XII fue el Papa de nuestra juventud. Con su rica enseñanza supo hablar a los hombres de su tiempo indicando el camino de la Verdad y con su gran sabiduría supo orientar a la Iglesia hacia el horizonte del Tercer Milenio.Me urge, sin embargo, subrayar particularmente que Pío XII fue el Papa que, como padre de todos, presidió en la caridad en Roma y en el mundo, sobre todo en el difícil tiempo de la Segunda Guerra Mundial.En un discurso del 23 de julio de 1944, inmediatamente después de la liberación de la Ciudad de Roma agradecía a los miembros del Círculo de San Pedro por la colaboración prestada, diciendo: “(Vosotros) nos aayudáisa satisfacer más ampliamente Nuestro deseo de enjugar tantas lágrimas, de aliviar tantos dolores", e indicaba como central para todo cristiano la exhortación de san Pablo a los Colosenses (3,14-15): "Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo” (Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santità Pio XII, VI, p. 87-88).


La primacía de la caridad, del amor – que es el mandamiento del Señor Jesús: este es el principio y la clave de lectura de toda la obra de la Iglesia, in primis de su Pastor universal.
La caridad es la razón de toda acción, de toda intervención.Es la razón global que mueve el pensamiento y los gestos concretos, y estoy contento de que también de esta película surja este principio unificador. Me permito sugerir esta clave de lectura, a la luz del auténtico testimonio de ese gran maestro de fe, de esperanza y de caridad que fue el papa Pío XII.Renovando a todos la expresión de mi reconocimiento, aprovecho la ocasión para dirigir mis mejores augurios pascuales, mientras de corazón os bendigo a todos los aquí presentes, junto con vuestros colaboradores y seres queridos.

¡Señor mío y Dios mío!

Palabra del domingo: 11 de abril del 2010

El domingo anterior celebramos la Resurrección del Señor, meditando un texto que nos recordó que Jesús se distinguió por haber pasado por el mundo “haciendo el bien” (Hch 10, 38). Nuestra Madre Iglesia, ahora, ofrece un relato del Resucitado, demostrativo de la profunda transformación que enfrentaron los discípulos ante el evento de la Resurrección (Jn 20, 19-31).

Convocados a ofrecer la paz

Los discípulos estaban atemorizados y, de pronto, Jesús, el Señor de la Vida, se presentó y les participó su don por antonomasia: “La paz sea con ustedes” (v. 19). El evangelista no quiere dejar ninguna duda acerca de la identidad del Resucitado, por lo cual nos dice que Jesús mostró las manos y el costado, para que sus heridas se convirtieran en sus señas de identidad (véase v. 20a). Cuando los discípulos reconocieron a Jesús como el Señor, pasaron del miedo a la alegría, que es el sentimiento básico de la realidad pascual (véase v. 20b).San Juan tiene especial cuidado en transmitir que Jesús de nuevo les manifestó: “‘La paz sea con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo’. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar’” (vv. 21-23). Este saludo envuelve un vitalizador programa, porque para los judíos la paz no implica sólo ausencia de problemas, sino plenitud de vida. La paz del Señor que capacita a los discípulos para cumplir su misión, nace de lo más recóndito del Misterio Trinitario. Nuestra misión tiene como fin, en consecuencia, transmitir al mundo entero esa paz ofrecida por Jesús.

Para que creyendo tengan vida

A un miembro de la comunidad que estaba ausente cuando Jesús los visitó, el testimonio de sus hermanos no le convenció (véanse vv. 24-25). Ocho días después, el Señor se presentó otra vez (véase v. 26), y la experiencia de su presencia provocó que el dubitativo Tomás, en las heridas de Jesús, descubriera su divinidad y emitiera la más contundente confesión de fe contenida en los Evangelios: “¡Señor mío, y Dios mío!” (v. 28). El Resucitado contestó con una bienaventuranza que constituye la cumbre del relato: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto” (v. 29).Esta bienaventuranza se explícita con la primera conclusión del Cuarto Evangelio, en el que su autor expone su objetivo, que consistió en valerse de su pluma para dar testimonio de Jesús, el Señor de la Vida y, motivar así, la fe en los destinatarios de su obra, que incluye a todas las generaciones que recibirán el mensaje pascual de la predicación cristiana: “Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre” (vv. 30-31).

Tiempo de aleluya

En este domingo nos solemos fijar mucho en Tomas. De él se dice que era incrédulo. No creo que lo fuese mucho más que los otros discípulos. Ni siquiera más incrédulo que nosotros mismos. Simplemente pasa que no es fácil acoger una noticia tan sorprendente, tan buena, tan creadora de esperanza, como la resurrección. No se asimila en un momento. Hace falta tiempo. Nos hace falta tiempo. Quizá sea esa la razón por la que la Iglesia dedica 40 días a la Cuaresma y 60 a la Pascua. Hasta va a ser más fácil convertirnos (Cuaresma) que creer en que el amor de Dios es tan grande que nos ha regalado en Jesús la vida plena, la vida para siempre (Pascua). Estamos empezando este tiempo de Pascua. No hay prisa. Ya llegará el tiempo para darnos cuenta de lo que significa en la práctica vivir creyendo en Jesús resucitado. Por ahora, basta con experimentar la misma alegría de los discípulos. Y con dejar que de nuestro corazón brote, agradecido, un continuo “¡aleluya!”

Jesús pasó haciendo el bien

Domingo 04 de abril del 2010
Hoy celebramos el núcleo de la verdad de nuestra fe: La Pascua de la Resurrección del Señor Jesús. En esta ocasión hemos decidido referirnos a la primera Lectura que la Iglesia nos ofrece, porque registra uno de los testimonios más antiguos de la fe de nuestros primeros hermanos, donde se revela que la Resurrección no es un remate fabuloso adherido a la vida de Jesús, sino su definitiva y definitoria conclusión (Hch 10, 34. 37-43).

El Hoy de Dios

El discurso petrino en casa de Cornelio resume la fe cristiana, tal y como era expresada por la primera generación de discípulos, en la cual se concede una prioridad indiscutible al acontecimiento de la Resurrección.En primer término, tan profunda experiencia está ligada con el pasado de la comunidad de seguidores del Señor: “Ya saben ustedes lo sucedido en toda Judea, que tuvo principio en Galilea, después del bautismo predicado por Juan: cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazareth, y cómo Éste pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él” (vv. 37-38). Pero también, con incuestionable eficacia, la vital experiencia de la Resurrección se despliega en el presente de la comunidad: “Nosotros somos testigos de cuanto Él hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de la Cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día y concedió verlo, no a todo el pueblo, sino únicamente a los testigos que Él, de antemano, había escogido: a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de que resucitó de entre los muertos” (vv. 39-41). Si bien, sobre todo, la experiencia del Resucitado muestra su vocación de futuro en el envío apostólico: “Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido Juez de vivos y muertos” (v. 42). La estrecha unión entre el pasado, el presente y el futuro, da vida al Hoy de Dios.

Dios no hace acepción de personas

El testimonio de San Pedro revela que, a partir de la Pascua, la fe en Jesús Resucitado sitúa en otra parte el centro de gravedad de nuestra vida, llevándonos a una apreciación distinta de la existencia. Ésta implica otra forma de vivir, pues “no hay más que un modo noble de vivir -asegura el teólogo González de Cardedal– y es el ansia de sobrevivir, y a esta ansia le dio asiento y fin Cristo”, quien, permítasenos insistir, “pasó haciendo el bien” (v. 38).¡Ojalá que algún día se diga lo mismo de quienes hemos decidido seguirlo! Que pasemos por el mundo haciendo el bien, comprometidos con el proyecto del buen Padre, quien propone aceptar sin condición a todos nuestros hermanos, como enseña el Apóstol al inicio de su testimonio: “Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: ‘Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que teme y practica la justicia le es grato’” (vv. 34-35).

RESUCITÓ JESÚS: VALE LA PENA VIVIR

Celebramos los cristianos este domingo el gran acontecimiento de nuestra fe: un hombre llamado Jesús de Nazareth, que pasó por el mundo haciendo el bien, que fue injustamente sentenciado y crucificado, ¡RESUCITÓ!. Es decir, abrió las puertas de la muerte y triunfó sobre el mal para siempre.

Y si eso es verdad, es la gran noticia que debería estar en todos los periódicos. Lo que pasa es que nos hemos acostumbrado a ella y a que pierda su fuerza revolucionaria. Porque si hay una pregunta que se han hecho los hombres desde siempre es por el sentido de la muerte y por el misterio del más allá. Y que un ser humano como nosotros, aunque sea Dios también para los cristianos, haya dado respuesta a ese tremendo dilema e interrogante, es en verdad una noticia fascinante.

Pero es algo más: es la certeza de que el mal no tiene la última palabra, ni la tienen los poderosos, ni los que crucifican, ni los que se creen los dueños del mundo.

Significa que todo acto auténtico de amor y de vida no muere en la tumba, para siempre. Significa que lo que de bueno hacemos en este mundo tiene su prolongación, no cae en el vacío más absoluto. Resureccción es sinómimo de vida, vida eterna y vida plena en esta vida. Deberíamos hoy saltar como locos. Vivir vale la pena, amar vale la pena, hacer el bien vale la pena.

¡CRISTO HA RESUCITADO!. Y con él la esperanza de que un mundo puede ser mejor.
Nada de desánimos ni pesimismos. Un cristiano triste, es un triste cristiano. Un cristiano pesimista, no es cristiano. Hay signos maravillosos de resurrección en nuestra vida; son signos pequeños, sencillos, pero signos que pueden cambiar el mundo.
Cristo está resucitando en tus esfuerzos diarios por ser mejor, en ese pequeño detalle de amabilidad que realizas cada día, en esa sonrisa que ofreces a quien se cruza en tu camino, en esa visita al enfermo, en esa muestra de solidaridad con el pobre, en el amor a tu familia y a tus amigos, en la contemplación de la belleza que te rodea en la naturaleza y en la vida.
Cristo resucitado no está recluido en los templos o en las ceremonias litúrgicas. Su amor y su vida se derraman por todos los caminos del mundo. Su resurrección está naciendo en todos los procesos de paz que se están en marcha en el mundo, en las penas de muerte que son abolidas, en la libertad que se extiende cada vez más por el mundo, en los misioneros y ONGs que llevan esperanza a los que sufren, en quienes se trabajan por una justicia más transparente, en aquellos que se juegan la vida por dejar un planeta más limpio y humano a las futuras generaciones, en ti, en mi, que creemos que ¡OTRO MUNDO ES POSIBLE!.
¡LEVANTA EL ÁNIMO, MIRA HACIA ARRIBA Y A TU ALREDEDOR, CRISTO ESTÁ RESUCITADO, Y TE LLAMA A LA RESURRECCIÓN Y A LA VIDA!.

¡NO TENGAS MIEDO, ABRE TU CORAZÓN, TU MENTE, TUS OJOS A TANTA VIDA COMO TE RODEA!. ¡NO CREAS A LOS PESIMISTAS, A LOS QUE PIENSAN QUE TODO ESTÁ MAL Y QUE ESTO ES UN DESASTRE!.

¡LUCHA POR UN MUNDO MEJOR, TRABAJA CADA DÍA POR SER MEJOR TÚ MISMO!. ¡AMA, AMA MUCHO, PORQUE EN EL AMOR ESTÁ ESPECIALMENTE CRISTO RESUCITADO!. ¡ENTONA, AUNQUE NO SEAS CRISTIANO, EL ALELUYA DE LA ALEGRÍA, DE LA ESPERANZA, DEL AMOR!.

¡PROCLAMA A LOS CUATRO VIENTOS QUE ESTAMOS HECHOS PARA SER FELICES Y QUE LA MUERTE NO DESTRUIRÁ ESE PROYECTO DE FELICIDAD!.

¡CRISTO HA RESUCITADO, ALELUYA!.

¡FELIZ PASCUA PARA TI Y PARA TODOS TUS SERES QUERIDOS!. ¡FELIZ PASCUA PARA EL MUNDO!.

CRISTO RESUCITADO: ¿MITO O REALIDAD?

Ha llegado el tiempo cristiano por excelencia: La Pascua.

Tiempo para recordar y revivir la experiencia de Cristo Resucitado, y para renovar en nosotros la esperanza, la alegría de vivir, la confianza en la bondad humana, la fe en una vida eterna después de la muerte y en una vida plena y feliz antes de la muerte. Maravillosa experiencia que desde el principio removió los corazones de los apóstoles y los que fueron testigos directos de este único y especial acontecimiento, y que ha seguido transformando las vidas de millones de seres humanos a lo largo de esta historia nuestra de 21 siglos.

Pero a pesar de la evidencia de todo esto, y aunque sabemos que la resurrección de Cristo acontece en la historia de los hombres, sin ser un hecho científicamente comprobable, pero sí es demostrable en la transformación que se dio en aquellos discípulos incrédulos, digo, a pesar de todo esto, siguen circulando en nuestro mundo mediatico actual las teorías que ya circularon desde el principio para desprestigiar y vaciar de sentido la resurrección, equiparándola simplemente con un mito o relato inventado por los apóstoles para sustentar el poder de la Iglesia y su extensión por todo el Imperio romano, pero que no tiene base histórica o real.
Aún se lee en algunos diarios o se ve en algunos programas de televisión en estos días de Semana Santa alusiones a esta idea del mito de la resurrección como mito de la inmortalidad o del eterno retorno, parecido a otros mitos de otras religiones, en especial comparando la resurrección de Cristo a la de Osiris y Dionisios, o sea, como algo nada novedoso ni nuevo, sino todo lo contrario, como una copia cristiana de los mitos egipcios, griegos y romanos. Basta asomarse a las librerías o ver determinadas películas para darnos cuenta de esta crítica, que no se sustenta en muchas ocasiones más que en prejuicios religiosos que no tienen fundamentación histórica.

Hoy se cree más a novelas de ciencia-ficción como "El Código Da Vinci" o a todos los supuestos Evangelios "apócrifos", escritos la mayoría de ellos más allá del siglo II de nuestra era, que a los serios estudios que avalan la cercanía de los Evangelios "canónicos" al acontecimiento de la muerte y la resurrección de Cristo, escritos la mayoría de ellos cuando aún vivían testigos directos de aquel importante suceso. No hay que olvidar que ya a partir de los años 45-50 de nuestra era cristiana, circulaban escritos con relatos de la vida, la muerte, la resurrección, los milagros, las parábolas de Jesús, y que ya en los años 60-70 aparece el primer Evangelio "canónico", el de Marcos, cuando aún vivían varios apóstoles, entre ellos posiblemente san Pedro y san Pablo. Y basta leer lo que nos dicen estos Evangelios para darnos cuenta claramente que los apóstoles no se creyeron y ni esperaron la Resurrección. Fue para ellos un acontecimiento inesperado y sorprendente, algo que difícilmente se pudieron inventar.

Es claro que sin la experiencia "real" de Cristo Vivo y Resucitado no hubieran empezado de nuevo a predicar el Evangelio y desde luego no hubiera nacido la Iglesia. Y, por supuesto, no hubieran muerto los miles de mártires cristianos ni hubiera llegado hasta nosotros el mensaje vivo de Jesucristo que hoy sigue alimentando la fe de millones de creyentes, de todas las edades, de todas las condiciones sociales, de todas las razas, de todas las cuturas, de todos las profesiones, de todas las realidades humanas.

Es evidente que para todos estos cristianos de verdad la fe en Cristo Resucitado no es un mito, es una realidad tan real como el respirar o el vivir. Otra cosa es que no se pueda demostrar científicamente. Pero quién dice que la única dimensión de la realidad es la científica. La mirada del amor sin duda que es otra mirada a la realidad, tan real como las demás miradas. Lo mismo que la dimensión de la fe.

En fin, reflexionamos todo esto porque es algo que hoy también hace dudar a muchas personas, creyentes o no, a muchos adolescentes y jóvenes con los que nos encontramos cada día en las clases de Religión o en otras situaciones. Con ellos, yo también nos preguntamos y nos cuestionamos, no porque dudemos radicalmente de nuestra fe en la experiencia real y viva de Cristo Resucitado, sino porque siempre es bueno cuestionarse para seguir purificando esa fe y para hacerla más auténtica y creíble. Y ahí sí que tenemos la prueba de fuego de nuestra credibilidad. No tanto en el rebatimiento de esta o cual teoría a favor o en contra de la Resurreción, sino en el testimonio que damos con nuestra propia vida, en nuestra manera de tratar a los demás, en nuestra alegría, en nuestro compromiso por la justicia, la paz y la solidaridad. Sólo ahí podremos "demostrar" que en verdad sigue Vivo y Resucitado y es fuente de nuestra felicidad.

Nos ha llamado la atención viendo las procesiones que predominan las imágenes dolorosas de Cristo y la Virgen, y que hay muy pocas imágenes de Cristo Resucitado. Damos la impresión los cristianos de seres masoquistas que se regodean en el dolor del Viernes Santo y que saborean muy poco la alegría y el gozo del Domingo de Resurrección. No es extraño que ese tipo de imaginería no tenga nada que decir a un mundo que valorar cada vez con más fuerza la vida.

Y no es extraño tampoco que mucha gente no crea tanta exhibición religiosa por las calles y tan poco compromiso real con la Iglesia y con los valores del Evangelio.
Desde esta página, invitamos a vivir con fuerza y alegría la experiencia de Cristo Resucitado, a contagiar esta alegría y esta esperanza a este mundo nuestro que tanto lo necesita, sumergido como está a veces en la oscuridad de las guerras, las desigualdades sociales, el drama de la inmigración, la tragedia del hambre y la miseria, las amenzas terroristas, el deterioro ecológico, el peligro nuclear, los dramas de la soledad, la droga y el vacío existencial que sólo busca la felicidad en el tener y el consumir. Los cristianos debemos contagiar una felicidad mayor, la felicidad del amor, de la paz, de la familia, de la solidaridad, de la justicia, de los afectos y sentimientos, la felicidad de la fe. Sin imponer nada, acogiendo a todos, incluso a los que dudan o critican, caminando y buscando con los otros, sin renunciar a las propias convicciones, pero sin pretender que sean las únicas, favorenciendo la integración y respeto de todos. Sólo así podremos "demostrar" que la Resurrección de Cristo no es un mito conservador y paralizante, sino una experiencia viva que tranforma corazones y lucha por la transformaciòn del mundo.

¡FELIZ PASCUA! ¡Y QUE LA PAZ DE CRISTO RESUCITADO LLENE DE ALEGRÍA, DE FE Y DE AMOR NUESTRAS VIDAS!.

VIGILIA PASCUAL - Sábado 3 de abril

En la Vigilia Pascual, la Iglesia Católica celebra una liturgia muy especial, y lo hace con la máxima solemnidad. Empiezan los oficios con el templo a oscuras, encendiéndose y bendiciéndose un fuego en el atrio, en un lugar fuera del templo. De ese fuego se enciende el Cirio Pascual, una enorme vela que simboliza a Cristo Resucitado. Acto seguido, los fieles encienden sus velas propias de la llama del Cirio. Llegados al presbiterio, se coloca en el centro del mismo, junto al altar o junto al ambón, se encienden todas las luces del templo y se canta el Exsultet, o pregón pascual antiguo himno alusivo a la noche de Pascua que proclama la gloria de la Resurrección de Cristo, que envolvera toda la liturgia de esta noche.
Luego continua con la
Liturgia de la Palabra, en la que se leen siete relatos del Antiguo Testamento alusivos al plan salvífico de Dios, intercalados con salmos y oraciones. Tras estos sigue la Vigilia con la entonación del Gloria que no se había cantado desde que empezó la Cuaresma, junto con repique de campanas. Se procede a la lectura de una carta apostólica del Nuevo Testamento. Tras este lectura y previo al Evangelio se entona de manera solemne el Aleluya, y se procede a leer el Evangelio correspondiente. En el caso del Aleluya y del Gloria, se puede cantar empleando instrumentos festivos.
Tras la
homilía tiene lugar la Liturgia Bautismal, en la cual se administra el Bautismo a los nuevos cristianos de ese año y se bendice el agua de la pila bautismal y se cantan las Letanías de los Santos. También, los fieles presentes renuevan sus promesas bautismales, tomando de nuevo la luz del cirio pascual, y se los asperja con agua bendita. Finalmente, se continua la Misa con la liturgia eucarística de la manera acostumbrada. Se acostumbra a realizar la Eucaristía bajo las dos especies. La eucaristía, como siempre termina con el envió a la misión "Ite missa est", que en este día es solemnizado por el canto y por el doble aleluya que se añade.

¡¡¡ FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN A TODOS USTEDES, QUERIDOS AMIGOS DE LA BUENA NUEVA!!!

"Yo creo en la Resurrección"
Por Pedro Casaldáliga

Respeto todas las fes que intentan explicar y aceptar la muerte, a su manera, pero yo creo en la resurrección.Desde mi fe cristiana ésta es la alternativa: vivos, vivas, o resucitados, resucitadas; vivos aquí mortalmente, vivos “allá” resucitadamente.No consigo pensar, esperar, acoger la muerte –la mía y la de todas las personas mortales que vamos caminando por esta tierra del Tiempo– más que en clave de resurrección.Para mi fe (con mi teología) los muertos no existen. Pasaron por la muerte y resucitaron; pasaremos por la muerte y seremos resurrección, vida plena en el ámbito misterioso de la plenitud de Dios. Todos los muertos son “aquellos muertos que no mueren”, porque son resucitados (en aquel “pasivo divino” de que hablan los biblistas).La muerte, por la que “pasamos” (toda muerte es pascual), nos es connatural, ciertamente. Nacemos para vivir y este vivir, tan hermoso y tan precario, pasa por la muerte; hijos del barro somos, la caducidad nos acompaña como una sombra envolvente.La resurrección no nos es connatural: es puro don gratuito del Dios de la vida.

Benedicto XVI: La Resurrección, el mensaje más extraordinario

En la Audiencia General del pasado miércoles

CIUDAD DEL VATICANO, martes 13 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la catequesis dada por el Papa Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro (a donde acudió en helicóptero desde la residencia pontificia de Castel Gandolfo), con los peregrinos llegados de todas partes del mundo.

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Queridos hermanos y hermanas

La tradicional Audiencia General del miércoles está hoy inundada por la alegría luminosa de la Pascua. En estos días, de hecho, la Iglesia celebra el misterio de la Resurrección y experimenta la gran alegría que le deriva de la buena noticia del triunfo de Cristo sobre el mal y sobre la muerte. Una alegría que se prolonga no sólo en la Octava de Pascua, sino que se extiende durante cincuenta días hasta Pentecostés. Tras el llanto y la consternación del Viernes Santo, y tras el silencio cargado de espera del Sábado Santo, he aquí el estupendo anuncio: “¡Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!” (Lc 24,34). Esta, en toda la historia del mundo, es la “buena noticia” por excelencia, es el Evangelio anunciado y postergado en los siglos, de generación en generación.

La Pascua de Cristo es el acto supremo e insuperable del poder de Dios. Es un acontecimiento absolutamente extraordinario, el fruto más bello y maduro del “misterio de Dios”. Es tan extraordinario que resulta inenarrable en esas dimensiones suyas que escapan a nuestra capacidad humana de conocimiento y de investigación. Y sin embargo, este es también un hecho “histórico”, real, testimoniado y documentado. Es el acontecimiento que funda toda nuestra fe. Es el contenido central en el que creemos y el contenido principal por el que creemos.

El Nuevo Testamento no describe la Resurrección de Jesús en su realización. Refiere sólo los testimonios de aquellos a quienes Jesús en persona encontró después de resucitar. Los tres Evangelios sinópticos nos relatan que ese anuncio – “¡Ha resucitado!” – es proclamado inicialmente por unos ángeles. Es por tanto un anuncio que tiene origen en Dios; pero Dios lo confía en seguida a sus “mensajeros” para que lo transmitan a todos. Y así son estos mismos ángeles los que invitan a las mujeres, llegadas de buena mañana al sepulcro, a que vayan en seguida a decir a los discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis” (Mt 28,7). De esta forma, mediante las mujeres del Evangelio, ese mandato divino alcanza a todos y a cada uno para que, a su vez, transmitan a otros, con fidelidad y con valor, esta misma noticia: una noticia bella, alegre y portadora de alegría.

Sí, queridos amigos, nuestra fe se funda en la transmisión constante y fiel de esta “buena noticia”. Y nosotros, hoy, queremos decir a Dios nuestra profunda gratitud por las innumerables multitudes de creyentes en Cristo que nos han precedido en los siglos, porque nunca han decaído en el mandato fundamental de anunciar el Evangelio que habían recibido. La buena noticia de la Pascua, por tanto, requiere la obra de testigos entusiastas y valientes. Cada discípulo de Cristo, también cada uno de nosotros, está llamado a ser testigo. Éste es el preciso, comprometido y emocionante mandato del Señor resucitado. La “noticia” de la vida nueva en Cristo debe resplandecer en la vida del cristiano, debe ser viva y operante en quien la lleva, realmente capaz de cambiar el corazón, toda la existencia. Esta está viva ante todo porque Cristo mismo es su alma viviente y vivificante. Nos lo recuerda san Marcos al final de su Evangelio, donde escribe que los Apóstoles “salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16,20).

El acontecimiento de los Apóstoles es también el nuestro y el de todo creyente, de cada discípulo que se hace “anunciador”. También nosotros, de hecho, estamos seguros de que el Señor, hoy como ayer, obra junto a sus testigos. Este es un hecho que podemos reconocer toda vez que vemos brotar las semillas de una paz verdadera y duradera, allí donde el compromiso de los cristianos y de los hombres de buena voluntad está animado por el respeto por la justicia, por el diálogo paciente, por la estima convencida hacia los demás, por el desinterés, por el sacrificio personal y comunitario. Vemos por desgracia en el mundo también mucho sufrimiento, mucha violencia, muchas incomprensiones. La celebración del Misterio pascual, la contemplación alegre de la Resurrección de Cristo, que vence el pecado y la muerte con la fuerza del Amor de Dios es ocasión propicia para redescubrir y profesar con más convicción nuestra confianza en el Señor resucitado, el cual acompaña a los testigos de su palabra obrando prodigios junto a ellos. Seremos verdaderamente y hasta el fondo testigos de Jesús resucitado cuando dejemos trasparentar en nosotros el prodigio de su amor: cuando en nuestras palabras y, aún más, en nuestros gestos, en plena coherencia con el Evangelio, se podrá reconocer la voz y la mano del mismo Jesús.

Por todas partes, por tanto, el Señor nos manda como sus testigos. Pero podemos serlo sólo a partir y en referencia continua a la experiencia pascual, la que María de Magdala expresa anunciando a los demás discípulos: “He visto al Señor" (Jn 20,18). En este encuentro personal con el Resucitado está el fundamento indestructible y el contenido central de nuestra fe, la fuente fresca e inagotable de nuestra esperanza, el dinamismo ardiente de nuestra caridad. Así nuestra misma vida cristiana coincidirá plenamente con el anuncio: “Cristo Señor verdaderamente ha resucitado”. Dejémonos, por ello, conquistar por la fascinación de la Resurrección de Cristo. La Virgen María nos sostenga con su protección y nos ayude a gustar plenamente la alegría pascual, para que sepamos llevarla a nuestra vez a todos nuestros hermanos.

¡Una vez más, Buena Pascua a todos!

MIRA A JESÚS CRUCIFICADO...


Mirarán al que traspasaron”... (Jn 19,37).

Hoy, Viernes Santo, en esta tarde santa, miro tu cruz levantada en el monte...
En silencio adoro tu ofrenda al Padre...Tus brazos extendidos abrazando a todos...
Tu cabeza inclinada, abandonada en las manos del Padre...
Tu rostro de Siervo sufriente, ha quedado desfigurado...
Tu costado abierto, ha regado la tierra con sangre y agua...
Lo has dado todo y te has quedado abierto, pobre y pequeño...
Me amas sin lógica, sin medida, sin buscar nada a cambio...
Me amas, porque lo tuyo es amor fiel...
Te miro y te veo humano, muy humano...
Tu humanidad me sobrecoge...
Tu amor mezclado en ese misterio de iniquidad, me deja sin palabra...

ACÉRCATE A LOS CRUCIFICADOS...
“Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños,
a mí me lo hicisteis”... (Mt 25, 40).
Hoy, Viernes Santo, en esta tarde santa, me acerco a los crucificados de la humanidad...
Pongo ante mí, Jesús crucificado, los relatos de los pobres,
que desde la cruz del sufrimiento cotidiano, anhelan vivir...
Quiero guardar en mi memoria, las imágenes de las víctimas,
con su mirada asustada, desprotegida ante la violencia...
Tengo que llevar conmigo, rostros de mujeres maltratadas,
de niños y niñas esclavos, siempre explotados...
No puedo estar al margen, de los que no
tienen voz, ni dignidad, ni techo, ni pan...
Aunque no me guste, quiero mirar esta tarde,
a los condenados a muerte por el hambre, el sida,
las drogas, los campos de refugiados, las cárceles, las pateras, los hospitales...
Quiero pasar por mi corazón endurecido, lugares y situaciones de desamor...
No puedo adorar tu Cruz,
sin ver en ella a todos ellos...

RESPONDE CON AMOR...

“De verdad os digo, que esta viuda pobre ha echado más que todos”... (Lc 21,3).
¿Compasión?... ¿Rabia?... ¿Qué me brota ante la Cruz?... ¿Protesta fuerte y clara?...
¿Palabras que secan mi garganta?... ¿Qué nace en mí ante los crucificados?...
¿Gritos silenciosos?... ¿Silencios cómplices?... ¿Qué agua brota de mi manantial?...
Ante tu Cruz me pregunto: ¿qué es lo que yo he hecho por Ti?... ¿acaso te he dado algo?...
¿Y si en mi corazón, seco y vacío, me brotara esta tarde el amor como un río?...
Me arrodillaría y besaría, llorando, tu Cruz...

DOS MADEROS...

Ambos maderos se unen y forman la Cruz: es Jesús el que está en la intersección, porque es un Hombre, pero también es Dios.Dos simples maderos, dos trozos de árbol unidos para toda la eternidad.La Cruz tiene un profundo sentido de Amor, que nos cuesta descubrir.

Nuestra ceguera nos impide ver más allá de lo que nuestros ojos perciben, y de éste modo no logramos comprender en toda su majestuosa profundidad, el Signo que la Cruz representa.Un Madero horizontal sujeta los Brazos de Jesús, formando un abrazo que nos envuelve a todos los hombres, a todos los hermanos del Señor.Ese madero que corre paralelo a la superficie de la tierra, marca el Amor del Hombre-Dios por todos nosotros, es la unión en el amor fraterno, amor de miembros de la Iglesia, que Él mismo fundó sobre Su Sangre.

¡La Cruz logra con este Madero, unirnos en hermandad!... Dos Clavos fueron suficientes para sujetar al Amor hecho Criatura, en un abrazo duradero por toda la eternidad... Desde el Madero horizontal, parten lazos de amor que nacen de una Mano del Señor, barren la superficie de la tierra tocando a todos los hombres con el signo del amor entre hermanos, y vuelven a unirse a la otra Mano de Jesús, cerrando el círculo. Al verlo en la Cruz, sujeto al Madero con Sus Brazos abiertos, sentimos que Jesús nos invita a unirnos a Su Humanidad, a ser como Él. Pero si el Madero horizontal representa la Naturaleza Humana de Jesús y Su Mandamiento de amor entre hermanos; Madero que envuelve la faz de la tierra, ¿cuál es entonces el significado del otro Madero, el vertical?... El Madero vertical une el Cielo y la tierra, y es un signo de la Divinidad de Jesús, de Su Naturaleza Divina; ese Hombre clavado al Madero, ¡es Dios!... ¿Acaso comprendemos realmente lo que esto significa?...La Cruz no está completa, sin este otro Madero.

Este leño vertical, nos muestra el Amor desde arriba (Dios), hacia abajo (hombre), y nos invita al amor desde abajo (hombre), hacia arriba (Dios). ¡Es el amor por Dios, y el amor de Dios por nosotros!... Nos muestra el segundo camino del Amor, el inmenso amor del Dios Eterno e Inmortal por Sus criaturas, y nos señala también el camino inverso: Jesús vino a recordarnos y a enseñarnos a amar a Su Padre, al Dios de los profetas. Este Madero es una ruta de doble vía, del amor que sube y que baja, que se alimenta y realimenta desde nuestro amor al Padre que se eleva, y desciende multiplicado como más amor de Él por nosotros, hasta elevarnos espiritualmente hasta cumbres no exploradas antes por nuestras almas. Ambos Maderos se unen y forman la Cruz: es Jesús el que está en la intersección, porque es un Hombre (el palo horizontal nos da la perspectiva humana de Cristo, porque Él es nuestro hermano, que nos amó y nos ama inmensamente), pero también es Dios (el palo vertical nos da la perspectiva Divina de Cristo, Él es Dios, y como tal nos da Su Amor derivado del Amor de Su Padre).

Jesús, Hombre y Dios, amor humano y Amor Divino, la Cruz como entrega de Amor sublime de un Dios que dio hasta la ultima gota de Su Sangre por nosotros, por nuestra salvación. Dos Maderos, dos ríos de amor... Dios quiso que éstas dos sendas se crucen, en el momento oportuno, y en el lugar oportuno. En el Gólgota, las dos rutas fueron unidas por un Hombre que encontró Su Cuerpo Clavado a los Dos Maderos, configurando una Cruz, nuestra Cruz.

El punto de unión no podía ser otra cosa, más que una explosión de amor.Un estallido de amor que sacudió el universo, despertó a las estrellas más lejanas, porque fue el mismo Dios que las creó, el que murió en ese instante. Jesús, regalo de Amor del Padre, unió con Su propio Cuerpo mutilado estas dos rutas, dejándonos claramente expuesto Su mensaje: "Amen a Dios por sobre todas las cosas, como Yo amo a Mi Padre, y ámense unos a otros con todo el corazón, como Yo los he amado también"...

En el punto de unión de los Dos Maderos, en la Cruz, Jesús amó hasta el infinito, y dejó todo allí por nosotros. Su Padre lo envió para que nos salve, conociendo de antemano el precio de nuestra salvación. Sabiendo que Dos Maderos iban a sujetar todo el amor del universo, por un breve instante en Palestina, cambiando para siempre la historia de la humanidad...

Viernes Santo: 2 de abril

Como dice el Papa, Jesús probó “la verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento” (Salv. Dol., 18). Por la cruz Dios se pone al lado de las víctimas, de los despreciados, de los angustiados, de los pecadores… La respuesta de Dios al problema del mal es el rostro desfigurado de su Hijo, “crucificado por nosotros”.
La cruz nos enseña que Dios es el primero que se ve afectado por el amor en libertad que él mismo nos ha dado. Nos descubre hasta dónde llega el pecado, pero al mismo tiempo nos descubre hasta dónde llega el amor. Dios no aplasta la rebeldía del hombre desde fuera, sino que se hunde dentro de ella en el abismo del amor. En vez de tropezar con la venganza divina, el hombre sólo encuentra unos brazos extendidos.
El pecado tiende a eliminar a Dios; Dios se deja eliminar, sin decir nada. En ninguna parte Dios es tan Dios como en la cruz: rechazado, maldecido, condenado por los hombres, pero sin dejar de amarnos, siempre fiel a la libertad que nos dio, siempre “en estado de amor”. Si el misterio del mal es indescifrable, el del amor de Dios lo es más todavía. Cristo en la cruz logra sembrar entre nosotros un amor mucho más grande que todo el odio que podemos acumular los hombres a lo largo de la historia. La cruz nos lleva hasta un mundo situado más allá de toda justicia, al universo del amor, pero de un amor completamente distinto, que es misterio a la medida de Dios.
La muerte de Cristo es el colmo de la sin razón; la victoria más asombrosa de las fuerzas del mal sobre aquel que es la vida. Pero al mismo tiempo es la revelación de un amor que se impone al mal, no por la fuerza, no por un exceso de poder, sino por un exceso de amor, que consiste en recibir la muerte de manos de las personas amadas y el sufrir el castigo que ellas se merecen con la esperanza de convertir su desamor en amor. La omnidebilidad de Dios se convierte entonces en su omnipotencia.
Dios Padre no destroza a los hombres que atacan a su Hijo porque los ama, a pesar de todo. “No se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Rom 8,32). A pesar de los pesares, Dios está de tal forma de parte de los hombres, que el mismo gesto que el hombre realiza contra él, lo convierte en bendición. La sabiduría de la cruz enseña que el objeto del amor de Dios no es el superhombre, sino estos seres sucios y pequeños que somos nosotros. El mundo nuevo no lo crea Dios destruyendo este mundo viejo, sino que lo está reconstruyendo a partir de él. El hombre nuevo no lo realiza creando a otros seres, sino con nuestro barro de hombres viejos. Es a este hombre así a quien Dios ama.
La cruz es, pues, el lugar en el que se revela la forma más sublime del amor; donde se manifiesta su esencia. Amar al enemigo, al pecador, poder estar en él, asumirlo, destruyendo su negatividad, es amar de la forma más sublime… Me debo esforzar por acompañar a Jesús, con admiración y reverencia, en la cumbre de su amor, dejándome interpelar por él. ¿Conozco casos de muertes por amor, semejantes a la de Jesús? Los hay…
Pido al Padre Dios que me haga comprender cada vez más a fondo este misterio insondable de su amor, manifestado en la cruz de su Hijo. Que conozca y ame a Jesús de tal forma, que sea capaz de acompañarlo en sus pasos de dolor, los de entonces y los de ahora. Amén

miércoles, 14 de abril de 2010

Viernes Santo: La Cruz


“Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido
y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad.
Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Juan 18,37).

Tú, que has sido la dignidad de la Palabra,
¿qué te queda ahora por hacer?
Tú que le has puesto el mejor traje a la Palabra,
¿con qué la vestirás en esta hora?
María, que estás junto a la cruz,
dime a qué suenan los acentos de Jesús que tú percibes.
María, tú que todo lo guardas y lo rumias,
dinos cuál es el itinerario de tu Hijo.
Va y viene mi Hijo, lo traen y lo llevan.
Le preguntan y casi siempre calla.
Todos gritan, vociferan, le insultan.
¿Acaso el mundo se calla para oír a las víctimas?
Mi Hijo cae y se levanta.
¡Veo en rostro tantas señales de dolor!
Se me parte el alma.
El, tan fuerte siempre, apenas le llega ya el aliento.
Pero no morirá hasta que lo alcen,
hasta que abrace a todos con sus brazos,
hasta que a todos consuele con su Espíritu,
hasta que lo levanten como Kyrios de todo lo creado.
Le quitan los vestidos, la fama…
Y así queda desnudo, crucificado, atravesado.
Yo le miro, inclinado, como estuvo siempre
para mirar y levantar a los de abajo.
¡Que se llevan a mi Hijo! ¡Se llevan al Novio!
Sus manos, tan llenas de ternura, abrazan ahora una cruz.
La libertad de todo ser humano fluye generosa de su cruz.
El abismo del mal es abierto de par en par por el amor. en sus ojos.
Me brota de nuevo decir: ¡Fiat!
La Palabra que salva pide un Sí.
En nombre de muchos yo lo doy.
¡Hágase en mí el amor crucificado!
Como rama cargada con su fruto,
hacia el mundo inclina mi Hijo su cabeza.
Y yo también soy crucificada.
Ante la expresividad del amor crucificado,
todo queda en silencio.
¡Gracias!
¡Amén!

EN LA CRUZ CONOCEMOS A DIOS, EN LA CRUZ CONOCEMOS EL AMOR

En el relato de la Pasión de Juan, la figura de Jesús aparece majestuosa, es dueño de sí mismo. Ni siquiera se hace alusión al "abandono" de Jesús. (Juan es el único evangelista que tampoco habla de la angustia de Getsemaní ni del abandono en la cruz). Es una pasión triunfal, en que Jesús asume la cumbre de su vida como una ofrenda libre y consciente.

a año se nos ofrece la oportunidad de vivir el desafío de la cruz. Jesús muere en la cruz rechazado por los jefes del pueblo, ejecutado por orden del procurador romano, como un sedicioso, sin muerte de profeta, con todos los signos externos tradicionales del rechazado de los hombres y del mismo Dios.

Para sus enemigos, ésta fue la suprema confirmación de que no era el Mesías verdadero, sino un impostor. Para sus propios discípulos, supuso la gran crisis de su fe. La expresa muy bien el relato de los dos de Emaús: “nosotros esperábamos que él iba a ser el libertador de Israel, pero ya van dos días que murió…”
Y es así, en efecto, con la muerte de Jesús en la cruz muere todo mesianismo davídico triunfante. Tenían razón los sacerdotes: no era éste el que esperaban. Pero no tenían razón, pues éste era el que debían esperar.

Por esta razón tantos textos de la resurrección insisten en que Jesús les hace entender las Escrituras, les enseña a leerlas, les abre la mente para comprender. Eso es lo que debemos esperar del Viernes Santo: que nos abra la mente para entender y aceptar a Jesús y al Dios de Jesús.
Ante el Jesús de Getsemaní y de la cruz, que clama a su Padre desde un profundo desamparo interior, y es denostado por sus enemigos que le retan a que baje de la cruz, muere definitivamente la imagen de Jesús falso hombre, deidad disfrazada de humanidad, dotada de especiales poderes que utiliza cuando le viene bien.

Jesús muere porque ha resultado peligroso para los poderes religiosos que manejan a su vez a los poderes políticos. Los motivos de su muerte son bien humanos: su delito han sido sus curaciones y sus parábolas. Pero los sacerdotes han entendido muy bien, quizá fueron los que mejor entendieron a Jesús: si lo de Jesús triunfa, se acabó su poder, su templo, su status. Jesús se enfrentó a todo eso y fue crucificado porque ellos eran más poderosos. Así, sin más. La humanidad de Jesús resplandece en la Pasión de manera singular.

Pero con esa muerte murieron también para siempre los sacerdotes, los ritos del Templo, la religión/poder, la opresión religiosa del pueblo por sus jefes, la teología para sabios iniciados, la santidad reservada a los puros, la ley como ocasión de condena, el servicio a Dios bajo temor… todo eso murió.

Los que creyeron en Jesús se libraron de todo eso. También a ellos intentaron matarlos, aunque tuvieron que contentarse con expulsarlos de la Sinagoga. Y para nosotros, los que dos mil años más tarde seguimos a Jesús, todas esas cosas han muerto también.
Jesús muere por los pecados, a causa de los pecados. Lo llevan a la muerte la desdeñosa pureza legal de los fariseos, la dogmática engreída de los escribas, la conveniencia política y económica de los sacerdotes, la razón de estado, el desinterés por la justicia de los gobernantes, la indiferencia del pueblo que aspira sólo a un mesías guerrillero, la cobardía de sus seguidores.

Por todos esos pecados muere Jesús. Es decir, por la soberbia, la envidia, la venganza, la comodidad, la cobardía… los mismos pecados que hay en cada uno de nosotros, los que pueden causar nuestra muerte como personas y la de la humanidad como tal.
Por eso, una lectura teológica de la muerte de Jesús entiende ante todo que el pecado es más poderoso que el Inocente, que el mal prevalece sobre el bien. Pero no es verdad. En los que siguen a Jesús se muestra que el pecado puede ser vencido, pero desde dentro, desde la conversión, desde el seguimiento. En ellos queda claro que Jesús puede quitar el pecado, que es verdaderamente el Libertador.

Jesús crucificado muestra qué es el triunfo: llegar hasta el final, realizar su labor por encima de todo miedo y conveniencia, entregarse a la gente pese a quien pese, y cueste lo que cueste.Jesús crucificado muestra que es más que un hombre normal: es el hombre lleno del Espíritu, y es el Espíritu el que le hace capaz de ir hasta el final.Jesús pudo evitar su muerte. Simplemente, con no subir a Jerusalén a celebrar la Pascua. Simplemente con no pernoctar aquella noche en Getsemaní. Jesús pudo perderse en los desiertos del este y buscarse la vida en Petra o en la corte de Persia; facultades tenía de sobra para ello.
Fue a la muerte porque aceptó dar la vida, anunciar el mensaje en el mismo Templo de Jerusalén. Jesús se entregó libremente, y una vez detenido y atado, ya no pudo escapar. Por eso, los jefes judíos se sintieron confirmados en que no era el Mesías. Por eso, sus discípulos estuvieron a punto de no creer en él. Y por eso, precisamente por eso, porque pudo escaparse y no lo hizo y porque cuando lo ataron ya no pudo escapar, por eso precisamente creemos nosotros en Él, en el Hombre lleno del Espíritu.

En este crucificado descubrimos nosotros cómo es Dios. Por Jesús crucificado conocemos a su Padre, por Jesús crucificado podemos llamar a Dios Padre. Seguimos sintiendo la tentación de exigir al Todopoderoso un milagro en favor de su hijo. Seguimos añorando a los dioses impasibles milagreros. Seguimos deseando que a los santos todo les vaya bien y no tengan por qué sufrir.

En resumen, seguimos pensando que la religión es una excepción de la vida, un continuo milagro, una magia aparte de lo cotidiano. Y Jesús crucificado nos muestra a la religión como la fuerza para asumir la vida hasta el final, como entrega al Reino con todas sus consecuencias.
Ante todo esto, ¡que ridícula queda aquella teología que entiende la cruz como el sacrificio sangriento con el cual Jesús paga por nosotros la deuda del pecado para que el Padre nos perdone! Es como si Jesús fuera el bueno, capaz de aplacar con su sangre al Juez hasta entonces implacable. Pero nosotros sabemos que Jesús es así porque está lleno del Espíritu, es decir “porque se parece a su Padre”, porque es el Hijo.En la cruz conocemos al Padre. En la cruz conocemos el amor, y su verdadera naturaleza: más que un sentimiento, una capacidad de entrega hasta la muerte. Y en ese amor de Jesús reconocemos que es el Hijo, en el corazón de Jesús reconocemos el corazón del Padre.
Y es por todo esto por lo que en la pasión y muerte de Jesús resplandece no sólo la humanidad sino la divinidad. Nos han malacostumbrado a entender que Dios resplandece en relámpagos luminosos y esplendores rituales. No, Dios resplandece en el corazón de ese hombre, en su impecable veracidad, en su inagotable capacidad de con-padecer, en su valor, en su consecuencia hasta el final.
La divinidad no es un añadido que anula a la humanidad, sino la fuerza del Viento de Dios que potencia a la humanidad hasta límites insospechables. Una vez más: sólo Dios puede ser tan humano.

La crucifixión de Jesús fue y es un suceso histórico. En el mundo entero y en la iglesia, siguen crucificando a ese Hijo de Hombre los pecados.

Los pecados que destruyen a los hijos de Dios como quisieron destruir a Jesús.
• Los pecados de políticos para quienes el pueblo no es más que ocasión de poder;
• los pecados de sacerdotes, para quienes el servicio de Dios está en la grandeza del Templo;
• los pecados de escribas, que prefieren la pureza de la Ley a la salvación de las personas;
• los pecados de doctores, que prefieren su ciencia a la Palabra;
• los pecados de santos, que utilizan su santidad para creerse justos ante Dios y apartarse del pueblo…
Los mismos pecados que mataron a Jesús matan ahora a las personas y matan también nuestra fe en Jesús. El Viernes Santo nos obliga a examinar, con radicalidad, si persisten en nosotros la iglesia los pecados que mataron a Jesús.

PASIÓN

Una palabra cargada de fuerza. De sentido. De evocaciones. Decimos que hay vidas apasionantes, relaciones apasionadas, crímenes pasionales… Pero estos días, desde la fe… hablamos de la Pasión de Jesús. Pasión que es amor y que es padecimiento de quien ama y por ello se enfrenta a cualquier poder injusto. Contemplar la pasión, en cuadros y pasos, en escenas evangélicas cargadas de dramatismo, es asomarse a un misterio que nos desborda.

1. EL SUFRIMIENTO DEL JUSTO

“Despreciado, lo tuvimos por nada; a él, que soportó nuestros sufrimientos
y cargó con nuestros dolores” (Is 52,3-4)

Se ha explicado de muchas formas.¿Por qué fue así? ¿Estaba escrito? ¿Dios quería sangre?¡No! La sangre la querían los verdugos, los que no querían el evangelio anunciado por Jesús.El sufrimiento del justo no nos es tan lejano.Es la sangre de los inocentes abusados.Es el dolor de quien se estremece por el mal de otros.Es el cansancio de quien se esfuerza para intentar construir algo bueno.Es el vaciamiento de quien va dando la vida, poco a poco, por amor.Es la duda mordiente de quien da el salto de la fe, cuando callan las certezas.Es la sensación de fracaso de algunas veces, cuando¿Alguna vez el evangelio me ha resultado exigente?

“¿POR QUÉ NOS HAS ABANDONADO?”

Los muertos piden paz inútilmente:
somos hijos y padres de la guerra.
Piden en vano credencial de gentelos
muchos condenados de la tierra.
Moloc yergue su altar y su pantalla,
sojuzgando señor el mundo entero.
Calla, de miedo, la verdad.
Y calladegollado el Amor, como un cordero..
Tú, ¿no dices nada?, ¿no te enteras?
¿pides más cruz aún? ¿más sangre esperas?
¿no sabes imponerte, Amor frustrado?
¿Qué más le exiges a la pobre fe?
¡Dios mío y nuestro y de Jesús,
¿por qué una vez más nos has abandonado?!
Pedro Casaldáliga

2. LA FECUNDIDAD OCULTA

“Lo antiguo ya ha sucedido, y algo nuevo yo anuncio,
antes de que brote os lo comunico” (Is 42,9)

En un mudo de éxito visible. De titulares y rankings. De fotos vistosas.En un mundo de triunfadores y vedetismo. En un mundo de méritos y medallas, de galardones y vitrinas, de diplomas y reconocimientos… ¿Qué sentido puede tener el fracaso, la derrota, el vaciamiento? ¿Qué sentido puede tener el no saber, no llegar, no conseguir cruzar la meta soñada? La lógica de Dios es sorprendente. Habla con una palabra que parece última pero que no es definitiva. Muestra que el amor que habla más alto es el que se da –hasta el extremo. Que la verdad que libera es la que se proclama en defensa de los bienaventurados, sin dejar que venza el miedo o la prudencia. Que la fe que canta es la que es capaz de soportar la incertidumbre. Misteriosa forma de dar vida.

¿Qué fecundidad tiene el evangelio?
¿Y en mi vida?

LA FLOR EN LA TIERRA

La semilla de la muerte
que ha de germinar al sol
revienta bajo la tierra.
Las manos de Dios alegres
que desgranando los días
cultivan la muerte ya trabajan
siempre la tierradesde el
único principio de la extensísima vida.
Apenas una raíz asciende
hacia el infinito,mientras
Dios medita y velos
vastos frutos de luz
que van a cubrir la tierra.
Está la flor de la muerte
brillando sobre la tierra,
y con su esencia perfuma
el aire todos los aires:
los rincones de la vida
donde se deshoja eterna.

viernes, 9 de abril de 2010

La agonía del huerto: aceptando el consuelo del ángel, Jesús aceptaba anticipadamente nuestros consuelos

Por medio de la triple oración de su agonía Jesús quiso manifestar, con su tristeza de muerte delante del pecado del mundo, la víspera del viernes, antes del comienzo de su pasión externa, la disposición santísima de esta humanidad, su ofrenda como víctima (verbalizada ya en la cena) por los pecadores. Aunque experimentaba un horror natural respecto de los sufrimientos, los suplicios y de una muerte sangrienta, se ofrecía en un acto de libre y voluntaria obediencia a la voluntad salvífica del Padre para consumar la obra de la Redención. Fue en ese momento que – según el Evangelio Según San Lucas – el Ángel Consolador se apareció a Jesús para fortalecerlo (22, 43). Proponiéndole consideraciones que podían aminorare su tristeza y fortalecer las potencias inferiores de su alma, el Ángel, observa Suárez, no enseñó a Cristo como un maestro que ilumina a un discípulo. Cristo no ignoraba los pensamientos propuestos por el Ángel, pero su razón superior los tomaba en consideración sin permitir a sus potencias inferiores recibir consolación alguna; el Ángel se le apareció de un manera sensible, humana, y le habó exteriormente.
Cristo quiso recibir este consuelo como un don del Padre, lo recibió con gratitud, respecto y humildad.
Este consuelo no tenía por única finalidad o por efecto dispensarlo de sufrir por la salvación del mundo, sino, por el contrario, de ayudarlo. Bien lo muestra el Evangelio de Lucas, según el cual la aparición consoladora es seguida por la “agonía” una oración más intensa y por el sudor de sangre. Más profundamente, este consuelo no significaba que Cristo hubiese tenido necesidad del auxilio angélico – el Creador de los Ángeles podía hacer descender del cielo doce legiones de Ángeles (Mt. 26, 53) sino que le pareció necesario ser fortificado con miras a nuestra consolación, de la misma manera que estuvo triste por nuestra causa – propter nos tristis, propter nos confortatus - dice Beda el Venerable, seguido por San Buenaventura. Al aceptar este consuelo por nosotros, y en nuestro nombre, Jesús mostraba la realidad de su humanidad y de la debilidad humana que le reconocía la Epístola a los Hebreos. En la aceptación, por nosotros y a favor nuestro, del consuelo angélico, Jesús significaba anticipadamente que aceptaría para consolarnos nuestros consuelos. No sólo nos hacía merecedores de poderlo consolar sino, también por generosidad respecto de nosotros, hacer de nosotros sus consoladores para consolarnos en nuestros momentos de desolación.
Al orar por sí mismo, Jesús agonizante manifestaba la voluntad salvífica del Padre respecto de nosotros. “No mi voluntad, mi voluntad espontánea de no morir sino tu voluntad sobre mi voluntad por la salvación del mundo”. Podemos decir, pues, con Santo Tomás de Aquino que su oración por sí mismo era también oración por los otros; y el santo agrega: “todo hombre que pide a Dios un bien para emplearlo en beneficio de los otros no oran sólo por sí mismos, sino también por los demás”. La voluntad de Cristo de ser consolado es por tanto, voluntad consoladora, lejos de ser signo de egoísmo. Con el fin de consolarnos en Él, quiere ser consolado por nosotros. Para fortalecernos quiso ser fortalecido por un Ángel.
Dedicado a Françoise Devaux Patel
Tomado de Histoire doctrinal du culte au Coeur de Jesús
Editorial MAME
Traducido del francés por José Gálvez Krüger
Para ACI Prensa

Las últimas palabras de Cristo en la Cruz

1. Todo lo que Jesús enseñó e hizo durante su vida mortal, en la cruz llega al culmen de la verdad y la santidad. Las palabras que Jesús pronunció entonces construyen su mensaje supremo y definitivo y, al mismo tiempo, la confirmación de una vida santa, concluida con el don total de Sí mismo, en obediencia al Padre, por la salvación del mundo. Aquellas palabras, recogidas por su Madre y los discípulos presentes en el Calvario, fueron trasmitidas a las primeras comunidades cristianas y a todas las generaciones futuras para que iluminaran el significado de la obra redentora de Jesús e inspiraran a sus seguidores durante su vida y en el momento de la muerte. Meditemos también nosotros esas palabras, como lo han hecho tantos cristianos, en todas las épocas.2. El primer descubrimiento que hacernos al releerlas es que se encuentra en ellas un mensaje de perdón. 'Padre perdónales, porque no saben lo que hacen' (Lc 23, 34): según la narración de Lucas, ésta es la primera palabra pronunciada por Jesús en la cruz. Preguntémonos inmediatamente: ¿No es, quizá, la palabra que necesitábamos oír pronunciar sobre nosotros?Pero en aquel ambiente, tras aquellos acontecimientos, ante aquellos hombres reos por haber pedido su condena y haberse ensañado tanto contra El, ¿quién habría imaginado que saldría de los labios de Jesús aquella palabra?. Con todo, el Evangelio nos da esta certeza: ¡Desde lo alto de la cruz resonó la palabra, 'perdón'!3. Veamos los aspectos fundamentales de aquel mensaje de perdón.Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón del Padre para los que lo han entregado a la muerte, y por tanto también para todos nosotros. El es signo de la sinceridad total del perdón de Cristo y del amor del que deriva. Es un hecho nuevo en la historia, incluso en la de a alianza. En el Antiguo Testamento leemos muchos textos de los Salmistas que piden la venganza o el castigo del Señor para sus enemigos: textos que en la oración cristiana, también la litúrgica, se repiten no sin sentir la necesidad de interpretarlos adecuándolos a la enseñanza y ejemplo de Jesús, que amó también a los enemigos. Lo mismo puede decirse de ciertas expresiones del Profeta Jeremías (11, 20; 20, 12; 15, 15) y de los mártires judíos en el Libro de los Macabeos (Cfr. 2 Mac 7, 9, 14, 17, 19). Jesús cambia esa posición ante Dios y pronuncia otras palabras muy distintas. Había recordado a quien la reprochaba su trato frecuente con 'pecadores', que ya en el Antiguo Testamento, según la palabra inspirada, Dios 'quiere misericordia' (Cfr. Mt 9, 13).4. Nótese además que Jesús perdona inmediatamente, aunque la hostilidad de los adversarios continúa manifestándose. El perdón es su única respuesta a la hostilidad de aquellos. Su perdón se dirige a todos los que, humanamente hablando, son responsables de su muerte, no sólo a los ejecutores, los soldados, sino a todos aquellos, cercanos y lejanos, conocidos y desconocidos, que están en el origen del comportamiento que ha llevado a su condena y crucifixión. Por todos ellos pide perdón y así los defiende ante el Padre, de manera que el Apóstol Juan, tras haber recomendado a los cristianos que no pequen, puede añadir: 'Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero' (1 Jn 2, 1-2). En esta línea se sitúa también el Apóstol Pedro que, en su discurso al pueblo de Jerusalén, extiende a todos a acusación de 'ignorancia' (Hech 3, 17; cfr. Lc 23, 34) y la oferta del perdón (Hech 3, 19). Para todos nosotros es consolador saber que, según la Carta a los Hebreos, Cristo crucificado, Sacerdote eterno, permanece siempre como el que intercede en favor de los pecadores que se acercan a Dios a través de El (Cfr. Heb 7, 25).El es el Intercesor, y también el Abogado, el 'Paráclito' (Cfr. 1 Jn 2, 1), que en la cruz, en lugar de denunciar la culpabilidad de los que lo crucifican, a atenúa diciendo que no se dan cuenta de lo que hacen. Es benevolencia de juicio; pero también la conformidad con la verdad real, la que sólo El puede ver en aquellos adversarios suyos y en todos los pecadores: muchos pueden ser menos culpables de lo que parezca o se piense, y precisamente por esto Jesús enseñó a 'no juzgar' (Cfr. Mt 7, 1): ahora, en el Calvario, se hace intercesor y defensor de los pecadores ante el Padre.5. Este perdón desde la cruz es la imagen y el principio de aquel perdón que Cristo quiso traer a toda la humanidad mediante su sacrificio. Para merecer este perdón y, positivamente, la gracia que purifica y da la vida divina, Jesús hizo la ofrenda heroica de Sí mismo por toda la humanidad. Todos los hombres, cada uno en la concreción de su propio yo, de su bien y mal, están, pues, comprendidos potencialmente e incluso se diría que intencionalmente en la oración de Jesús al Padre: 'perdónales'. También vale para nosotros aquella petición de clemencia y como de comprensión celestial: 'Porque no saben lo que hacen'. Quizá ningún pecador escapa a esa ausencia de conocimiento y, por tanto, al alcance de aquella impetración de perdón que brota del corazón tiernísimo de Cristo que muere en la cruz. Sin embargo, esto no debe empujar a nadie a no tomar en serio la riqueza de la bondad, dela tolerancia y de la paciencia de Dios hasta no reconocer que tal bondad le invita a la conversión (Cfr. Rom 2, 4). Con la dureza de su corazón impenitente acumularía cólera sobre sí para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios (Cfr. Rom 2, 5). No obstante, también Cristo al morir pidió por él perdón al Padre, aunque fuera necesario un milagro para su conversión. ¡Tampoco él, en efecto, sabe lo que hace!6. Es interesante constatar que ya en el ámbito de las primeras comunidades cristianas, el mensaje del perdón fue acogido y seguido por los primeros mártires de la fe que repitieron la oración de Jesús al Padre casi con sus mismas palabras. Así lo hizo San Esteban protomártir quien, según los Hechos de los Apóstoles, en el momento de su muerte pidió 'Señor, no les tengas en cuenta este pecado' (Hech 7, 60). También Santiago durante su martirio, según dice Eusebio de Cesarea, tomó los términos de Jesús en demanda de perdón (Eusebio, Historia Ecles. II, 23, 16). Por lo demás, ello constituía a aplicación de la enseñanza del Maestro que les había recomendado: 'Rezad por los que os persigan' (Mt 5, 44). A la enseñanza, Jesús añadió el ejemplo en el momento supremo de su vida, y sus primeros seguidores siguieron este ejemplo perdonando y pidiendo el perdón divino para sus perseguidores.7. Pero tenían presente también otro hecho concreto sucedido en el Calvario y que se integra en el mensaje de la cruz como mensaje de perdón. Dice Jesús a un malhechor crucificado con El: 'En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso' (Lc 23, 43). Es un hecho impresionante, en el que vemos en acción todas las dimensiones de la obra salvífica, que se concreta en el perdón. Aquel malhechor había reconocido su culpabilidad, amonestando a su cómplice y compañero de suplicio, que se mofaba de Jesús: 'Nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos'; y había pedido a Jesús poder participar en el reino que El había a anunciado: 'Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino' (Lc 23, 42). Consideraba injusta la condena de Jesús: 'No ha hecho nada malo'. No compartía, pues, las imprecaciones de su compañero de condena ('Sálvate a ti y a nosotros', Lc 23, 39) y de los demás que, como los jefes del pueblo, decían: 'A otros salvó, que se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios, el Elegido' (Lc 23, 35), ni los insultos de los soldados: 'Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate' (Lc 23, 37).El malhechor, por tanto, pidiendo a Jesús que se acordara de él, profesa su fe en el Redentor; en el momento de morir, no sólo acepta su muerte como justa pena al mal realizado, sino que se dirige a Jesús para decirle que pone en el toda su esperanza.Esta es la explicación mas obvia de aquel episodio narrado por Lucas, en el que el elemento psicológico (es decir, la transformación de los sentimientos del malhechor), teniendo como causa inmediata la impresión recibida del ejemplo de Jesús inocente que sufre y muere perdonando, tiene, sin embargo, su verdadera raíz misteriosa en la gracia del Redentor, que 'convierte' a este hombre y le otorga el perdón divino. La respuesta de Jesús, en efecto, es inmediata. Promete el paraíso, en su compañía, para ese mismo día al bandido arrepentido y 'convertido'. Se trata, pues, de un perdón integral: el que había cometido crímenes y robos (y, por tanto, pecados) se convierte en santo en el último momento de su vida.Se diría que en ese texto de Lucas esta documentada la primera canonización de la historia, realizada por Jesús en favor de un malhechor que se dirige a El en aquel momento dramático. Esto muestra que los hombres pueden obtener, gracias a la cruz de Cristo, el perdón de todas las culpas y también de toda una vida malvada; que pueden obtenerlo también en el último instante, si se rinden a la gracia del Redentor que los convierte y salva.Las palabras de Jesús al ladrón arrepentido contienen también la promesa de la felicidad perfecta: 'Hoy estarás conmigo en el paraíso'. El sacrificio redentor obtiene, en efecto, para los hombres la bienaventuranza eterna. Es un don de salvación proporcionado ciertamente al valor del sacrificio, a pesar de la desproporción que parece existir entre la sencilla petición del malhechor y la grandeza de la recompensa. La superación de esta desproporción la realiza el sacrificio de Cristo, que ha merecido la bienaventuranza celestial con el valor infinito de su vida y de su muerte.El episodio que narra Lucas nos recuerda que 'el paraíso' se ofrece a toda la humanidad, a todo hombre que, como el malhechor arrepentido, se abre a la gracia y pone su esperanza en Cristo. Un momento de conversión auténtica, un 'momento de gracia', que podemos decir con Santo Tomás, 'vale más que todo el universo' (S.Th. I-II, q. 113, a. 9, ad 2), puede, pues, saldar las deudas de toda una vida, puede realizar en el hombre (en cualquier hombre) lo que Jesús asegura a su compañero de suplicio: 'Hoy estarás conmigo en el paraíso'.
'Ahí tienes a tu Madre' (23.XI.88)1. El mensaje de la cruz comprende algunas palabras supremas de amor que Jesús dirige a su Madre y al discípulo predilecto Juan, presentes en su suplicio del Calvario.San Juan en su Evangelio recuerda que 'junto a la cruz de Jesús estaba su Madre' (Jn 19, 25). Era la presencia de una mujer (ya viuda desde hace años, según lo hace pensar todo) que iba a perder a su Hijo. Todas las fibras de su ser estaban sacudidas por lo que había visto en los días culminantes de la pasión y de la que sentía y presentí hora junto al patíbulo. ¿Cómo impedir que sufriera y llorara? La tradición cristiana ha percibido la experiencia dramática de aquella Mujer llena de dignidad y decoro, pero con el corazón traspasado, y se ha parado a contemplarla participando profundamente en su dolor: 'Stabat Mater dolorosa / iuxta Crucem lacrimosa / dum pendebat Filius'.No se trata sólo de una cuestión 'de la carne o de la sangre', ni de un afecto indudablemente nobilísimo, pero simplemente humano. La presencia de María junto a la cruz muestra su compromiso de participar totalmente en el sacrificio redentor de su Hijo. María quiso participar plenamente en los sufrimientos de Jesús, ya que no rechazó la espada anunciada por Simeón (Cfr. Lc 2, 35), sino que aceptó con Cristo el designio misterioso del Padre. Ella era la primera partícipe de aquel sacrificio, y permanecería para siempre como modelo perfecto de todos los que aceptaran asociarse sin reservas a la ofrenda redentora.2. Por otra parte, la compasión materna que se expresaba en esa presencia, contribuía a hacer más denso y profundo el drama de aquella muerte en cruz, tan cercano al drama de muchas familias, de tantas madres e hijos, reunidos por la muerte tras largos periodos de separación por razones de trabajo, de enfermedad, de violencia causada por individuos o grupos.Jesús, que vio a su Madre junto a la cruz, la evoca en la estela de recuerdos de Nazaret, de Caná, de Jerusalén; quizá revive los momentos del tránsito de José, y luego de su alejamiento de Ella, y de la soledad en la que vivió en los últimos años, soledad que ahora se va a acentuar. María, a su vez, considera todas las cosas que a lo largo de los años 'ha conservado en su corazón' (Cfr. Lc 2, 19. 51), y que ahora comprende mejor que nunca en orden a la cruz. El dolor y la fe se funden en su alma. Y he aquí que, en un momento, se da cuenta que desde lo alto de la cruz Jesús la mira y le habla.3. 'Jesús, viendo a su Madre y junto a al discípulo a quien amaba, dice a su madre: !Mujer, ahí tienes a tu hijo!' (Jn 19, 26). Es un acto de ternura y piedad filial, Jesús no quiere que su Madre se quede sola. En su puesto le deja como hijo al discípulo que María conoce como el predilecto. Jesús confía de esta manera a María una nueva maternidad y la pide que trate a Juan como a hijo suyo. Pero aquella solemnidad del acto de confianza 'Mujer, ahí tienes a tu hijo', ese situarse en el corazón mismo del drama de la cruz, esa sobriedad y concentración de palabras que se dirán propias de una formula casi sacramental, hacen pensar que, por encima de las relaciones familiares, se considere el hecho en la perspectiva de la obra de la salvación en el que la mujer) María, se ha comprometido con el Hijo del hombre en la misión redentora. Como conclusión de esta obra, Jesús pide a María que acepte definitivamente la ofrenda que El hace de Sí mismo como víctima de expiación, y que considere y a Juan como hijo suyo. Al precio de su sacrificio materno recibe esa nueva maternidad.4. Ese gesto filial, lleno de valor mesiánico, va mucho más allá de la persona del discípulo amado, designado como hijo de María. Jesús quiere dar a María una descendencia mucho más numerosa, quiere instituir una maternidad para María que abarque a todos sus seguidores y discípulos de entonces y de todos los tiempos. El gesto de Jesús tiene, pues, un valor simbólico. No es sólo un gesto de carácter familiar, como el de un hijo que se ocupa de la suerte de su madre, sino que es el gesto del Redentor del mundo que asigna a María, como 'mujer' un papel de maternidad nueva con relación a todos los hombres, llamados a reunirse en la Iglesia. En ese momento, pues, María es constituida, y casi se diría 'consagrada', como Madre de la Iglesia desde lo alto de la cruz.5. En este don hecho a Juan y, en él, a los seguidores de Cristo y a todos los hombres, hay como una culminación del don que Jesús hace de Sí mismo a la humanidad con su muerte en cruz. María constituye con El un 'todo', no sólo porque son madre e hijo 'según la carne', sino porque en el designio eterno de Dios están contemplados, predestinados, colocados juntos en el centro de la historia de la salvación; de manera que Jesús siente el deber de implicar a su Madre no sólo en la oblación suya el Padre, sino también en la donación de Sí mismo a los hombres; María, por su parte, está en sintonía perfecta con el Hijo en este acto de oblación y de donación, como para prolongar el 'Fiat' de a anunciación.Por otra parte, Jesús, en su pasión, se ha visto despojado de todo. En el Calvario le queda su Madre; con un gesto de desasimiento supremo, la entrega también al mundo entero, antes de llevar a término su misión con el sacrificio de la vida. Jesús es consciente de que ha llegado el momento de la consumación, como dice el Evangelista: 'Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido...' (Jn 19, 28). Quiere que entre las cosas 'cumplidas' esté también en el don de la Madre a la Iglesia y al mundo.6. Se trata ciertamente de una maternidad espiritual, que se realiza según la tradición cristiana y la doctrina de la Iglesia, en el orden de la gracia. 'Madre en el orden de la gracia' la llama el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium 61). Por tanto, es esencialmente una maternidad 'sobrenatural', que se inscribe en la esfera en la que opera la gracia, generadora de vida divina en el hombre. Por tanto, es objeto de fe, como lo es la misma gracia con la que está vinculada, pero no excluye sino que incluso comporta todo un florecer de pensamientos, de afectos tiernos y suaves, de sentimientos vivísimos de esperanza, confianza, amor, que forman parte del don de Cristo.Jesús, que había experimentado y apreciado el amor materno de María en su propia vida, quiso que también sus discípulos pudieran gozar a su vez de ese amor materno como componente de la relación con El en todo el desarrollo de su vida espiritual. Se trata de sentir a María como Madre y de tratarla como Madre, dejándola que nos forme en la verdadera docilidad a Dios, en la verdadera unión con Cristo, y en la caridad verdadera con el prójimo.7. También se puede decir que este aspecto de la relación con María está incluido en el mensaje de la cruz. El Evangelista dice, en efecto, que Jesús 'luego dijo al discípulo: !Ahí tienes a tu madre!' (Jn 19, 27). Dirigiéndose al discípulo, Jesús le pide expresamente que se comporte con María como un hijo con su madre. Al amor materno de María deberá corresponder un amor filial. Puesto que el discípulo sustituye a Jesús junto a María, se le invita a que a ame verdaderamente como madre propia. Es como si Jesús dijera: 'Ámala como la he amado yo'. Y ya que en el discípulo, Jesús ve a todos los hombres a los que deja ese testamento de amor, para todos vale la petición de que amen a María como Madre. En concreto, Jesús funda con esas palabras suyas el culto mariano de la Iglesia, a la que hace entender, por medio de Juan, su voluntad de que María reciba un sincero amor filial por parte de todo discípulo del que ella es madre por institución de Jesús mismo. La importancia del culto mariano, querido siempre por la Iglesia, se deduce de las palabras pronunciadas por Jesús en la hora misma de su muerte.8. El Evangelista concluye diciendo que 'desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa' (Jn 19, 27). Esto significa que el discípulo respondió inmediatamente a la voluntad de Jesús: desde aquel momento, acogiendo a María en su casa, le ha mostrado su afecto filial, la ha rodeado de toda clase de cuidados, ha obrado de manera que pudiera gozar de recogimiento y de paz a la espera de reunirse con su Hijo, y desempeñar su papel en la Iglesia naciente, tanto en Pentecostés como en los años sucesivos.Aquel gesto de Juan era la puesta en práctica del testamento de Jesús con respecto a María: pero tenía un valor simbólico para todo discípulo de Cristo, invitado y acoger a María junto a sí, a hacerle un lugar en la propia vida. Por la fuerza de las palabras de Jesús al morir, toda vida cristiana debe ofrecer un 'espacio' a María, no puede prescindir de su presencia.Podemos concluir entonces esta reflexión y catequesis sobre el mensaje de la cruz, con la invitación que dirijo a cada uno, de preguntarse cómo acoge a María en su casa, en su vida; también con una exhortación a apreciar cada vez mas el don que Cristo crucificado nos ha hecho, dejándonos como madre a su misma Madre.
Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (30.XI.1988)1. Según los sinópticos, Jesús gritó dos veces desde la cruz (Cfr. Mt 27, 46-50; Mc 15, 34, 37); sólo Lucas (23, 46) explica el contenido del segundo grito. En el primero se expresan la profundidad e intensidad del sufrimiento de Jesús, su participación interior, su espíritu de oblación y también. quizá la lectura profético-mesiánica que El hace de su drama sobre la huella de un Salmo bíblico. Cierto que el primer grito manifiesta los sentimientos de desolación y abandono expresados por Jesús con las primeras palabras del Salmo 21/22: 'A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: "Eloi, Eloi, lema sabactani?'' (que quiere decir), !Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?!' (Mc 15, 34; cfr. Mt 27, 46). Marco trae las palabras en arameo. Se puede suponer que ese grito haya parecido de tal forma característico, que los testigos auriculares del hecho, cuando narraron el drama del Calvario, encontraron oportuno repetir las mismas palabras de Jesús en arameo, la lengua que hablaban El y la mayoría de los israelitas contemporáneos suyos. A Marco le pudieron ser referidas por Pedro, como sucede con la palabra 'Abbá'= Padre (Cfr. Mc 14, 36) en la oración de Getsemaní.2. Que Jesús use en su primer grito las palabras iniciales del Salmo 21/22, es algo significativo por diversas razones. En el espíritu de Jesús, que acostumbraba a rezar siguiendo los textos sagrados de su pueblo, se habían depositado muchas de aquellas palabras y frases que le impresionaban particularmente porque expresaban mejor la necesidad y a angustia del hombre delante de Dios y aludían de algún modo a la condición de Aquel que tomaría sobre sí toda nuestra iniquidad (Cfr. Is 53, 11).Por eso, en la hora del Calvario fue espontáneo para Jesús apropiarse de aquella pregunta que el Salmista hace a Dios sintiéndose agotado por el sufrimiento. Pero en su boca el 'por qué' dirigido a Dios era muy eficaz al expresar un estupor dolido por el sufrimiento que no tenía una explicación simplemente humana, sino que constituía un misterio del que sólo el Padre tenía la clave. Por esto, aun naciendo del recuerdo del Salmo leído o recitado en la sinagoga, la pregunta encerraba un significado teológico en relación con, el sacrificio mediante el cual Cristo debía, en total solidaridad con el hombre pecador, experimentar en Sí el abandono de Dios. Bajo el influjo de esta tremenda experiencia interior, Jesús al morir encuentra la fuerza para estallar con este grito.En aquella experiencia, en aquel grito, en aquel 'por qué' dirigido al cielo, Jesús establece también un nuevo modo de solidaridad con nosotros, que tan a menudo nos vemos llevados a levantar ojos y labios al cielo para expresar nuestro lamento, y alguno incluso su desesperación.
3. Escuchando a Jesús pronunciar su 'por qué', aprendemos que también los hombres que sufren pueden pronunciarlo, pero con esas mismas disposiciones de confianza y abandono filial de las que Jesús es maestro y modelo para nosotros. En el 'por qué' de Jesús, no hay ningún sentimiento o resentimiento que lleve a la rebelión o que induzca a la desesperación; no hay sombra de reproche dirigido al Padre, sino que es la expresión de la experiencia de fragilidad, de soledad, de abandono a Sí mismo, hecha por Jesús en nuestro lugar; por El, que se convierte así en el primero de los 'humillados y ofendidos', el primero de los abandonados, el primero de los 'desamparados' (como le llaman los españoles), pero que al mismo tiempo nos dice que sobre todos estos pobres hijos de Eva vela la mirada benigna de la Providencia auxiliadora.4. En realidad, si Jesús prueba el sentimiento de verse abandonado por el Padre, sabe, sin embargo, que no lo esta en absoluto. El mismo dijo: 'El Padre y yo somos una sola cosa' (Jn 10, 30), y hablando de la pasión futura: 'Yo no estoy solo porque el Padre está conmigo' (Jn 16, 32). En la cima de su espíritu Jesús tiene la visión neta de Dios y la certeza de la unión con el Padre. Pero en las zonas que lindan con la sensibilidad y, por ello, más sujetas a las impresiones, emociones, repercusiones de las experiencias dolorosas internas y externas, el alma humana de Jesús se reduce a un desierto, y El no siente ya la 'presencia' del Padre, sino la trágica experiencia de la más completa desolación.5. Aquí se puede trazar un cuadro sumario de aquella situación sicológica de Jesús con relación a Dios.Los acontecimientos exteriores parecen manifestar a ausencia del Padre que deja crucificar a su Hijo aun disponiendo de 'legiones de ángeles' (Cfr. Mt 26, 53), sin intervenir para impedir su condena a la muerte y al suplicio. En el huerto de los Olivos Simón Pedro había desenvainado una espada en su defensa, siendo rápidamente interrumpido por el mismo Jesús (Cfr. Jn 18, 10s.); en el pretorio Pilato había intentado varias veces maniobras diversas para salvarle (Cfr. Jn 18, 31. 38 s.; 19, 46. 12-15); pero el Padre, ahora, calla. Aquel silencio de Dios pesa sobre el que muere como la pena más gravosa, tanto más cuanto que los adversarios de Jesús consideran aquel silencio como su reprobación: 'Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: !Soy Hijo de Dios!' (Mt 27, 43).En la esfera de los sentimientos y de los afectos, este sentido de la ausencia y el abandono de Dios fue la pena más terrible para el alma de Jesús, que sacaba su fuerza y alegría de la unión con el Padre. Esa pena hizo más duros todos los demás sufrimientos. Aquella falta de consuelo interior fue su mayor suplicio.6. Pero Jesús sabía que con esta fase extrema de su inmolación, que llegó hasta las fibras más íntimas de su corazón, completaba la obra de la redención que era el fin de su sacrificio por la reparación de los pecados. Si el pecado es la separación de Dios, Jesús debía probar en la crisis de su unión con el Padre, un sufrimiento proporcionado a esa separación.Por otra parte, citando el comienzo del Salmo 21/22 que quizá continuó diciendo mentalmente durante la pasión, Jesús no ignoraba su conclusión, que se transforma en un himno de liberación y en un anuncio de salvación dado a todos por Dios. La experiencia del abandono es, pues, una pena pasajera que cede el puesto a la liberación personal y a la salvación universal. En el alma afligida de Jesús tal perspectiva alimento ciertamente la esperanza, tanto más cuanto que siempre presentó su muerte como un paso hacia la resurrección, como su verdadera glorificación. Con este pensamiento su alma recobra vigor y alegría sintiendo que está próxima, precisamente en el culmen del drama de la cruz, la hora de la victoria.7. Sin embargo, poco después, quizá por influencia del Salmo 21/22, que reaparecía en su memoria, Jesús dice estas otras palabras: 'Tengo sed' (Jn 19,28).Es muy comprensible que con estas palabras Jesús aluda a la sed física, al gran tormento que forma parte de la pena de la crucifixión, como explican los estudiosos de estas materias. También se puede añadir que el manifestar su sed Jesús dio prueba de humildad, expresando una necesidad física elemental, como haberla hecho otro cualquiera. También en esto Jesús se hace y se muestra solidario con todos los que, vivos o moribundos, sanos o enfermos, pequeños o grandes, necesitan y piden al menos un poco de agua... (Cfr. Mt 10, 42). Es hermoso para nosotros pensar que cualquier socorro prestado aun moribundo, se le presta a Jesús crucificado!8. No podemos ignorar a anotación del Evangelista, el cual escribe que Jesús pronunció tal expresión )'Tengo sed') 'para que se cumpliera la Escritura' (Jn 19, 28 También en esas palabras de Jesús hay otra dimensión, además de la físico-sicológica. La referencia es también al Salmo 21/22: 'Mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprietas contra el polvo de la muerte' (Sal 21/22, 16). También en el Salmo 68/69, 22 se lee: 'Para mi sed me dieron vinagre'.En las palabras del Salmista se trata de sed física, pero en los labios de Jesús la sed entra en la perspectiva mesiánica del sufrimiento de la cruz. En su sed, Cristo moribundo busca otra bebida muy distinta del agua o del vinagre: como cuando en el pozo de Sicar pidió a la samaritana: 'Dame de beber' (Jn 4, 7). La sed física, entonces, fue símbolo y tránsito hacia otra sed: la de la conversión de aquella mujer. Ahora, en la cruz, Jesús tiene sed de una humanidad nueva, como la que deberá surgir de su sacrificio, para que se cumplan las Escrituras. Por eso relaciona el Evangelista el 'grito de sed' de Jesús con las Escrituras. La sed de la cruz, en boca de Cristo moribundo, es la última expresión de ese deseo del bautismo que tenía que recibir y de fuego con el cual encender la tierra, manifestado por él durante su vida. 'He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!' (Lc 12, 49-50). Ahora se va a cumplir ese deseo, y con aquellas palabras Jesús confirma el amor ardiente con que quiso recibir ese supremo 'bautismo' para abrirnos a todos nosotros la fuente del agua que sacia y salva verdaderamente (Cfr. Jn 4, 13-14).
'Todo está cumplido' (7.XII.88)1. 'Todo está cumplido' (Jn 19, 30). Según el Evangelio de Juan, Jesús pronunció estas palabras poco antes de expirar. Fueron las últimas palabras. Manifiestan su conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo (Cfr. Jn 17, 4). Nótese que no es tanto la conciencia de haber realizado sus proyectos, cuanto la de haber efectuado la voluntad del Padre en la obediencia que le impulsa a la inmolación completa de Sí en la cruz. Ya sólo por esto Jesús moribundo se nos presenta como modelo de lo que debería ser la muerte de todo hombre: la ejecución de la obra asignada a cada uno para el cumplimiento de los designios divinos. Según el concepto cristiano de la vida y de la muerte, los hombres, hasta el momento de la muerte, están llamados a cumplir la voluntad del Padre, y la muerte es el último acto, el definitivo y decisivo, del cumplimiento de esta voluntad. Jesús nos lo enseña desde la cruz.2. 'Padre, en tus manos pongo mi espíritu' (Lc 23, 46). Con estas palabras Lucas explícita el contenido del segundo grito que Jesús lanzó poco antes de morir (Cfr. Mc 13, 37, Mt 27, 50). En el primer grito había exclamado: 'Dios mío Dios mío, ¿por qué me has abandonado?' (Mc 15, 34; Mt 27, 46). Estas palabras se completan con aquellas otras que constituyen el fruto de una reflexión interior madurada en la oración. Si por un momento Jesús ha tenido y sufrido la tremenda sensación de ser abandonado por el Padre, ahora su alma actúa del único modo que, como El bien sabe, corresponde a un hombre que al mismo tiempo es también el 'Hijo predilecto' de Dios: el total abandono en sus manos.Jesús expresa este sentimiento suyo con palabras que pertenecen al Salmo 30/31: el Salmo del afligido que prevé su liberación y da gracias a Dios que la va a realizar: 'A tus manos encomiendo mi espíritu, tú el Dios leal me librarás' (Sal 30/31 6). Jesús, en su lúcida agonía, recuerda y balbucea también algún versículo de ese Salmo, recitado muchas veces durante su vida. Pero en la narración del Evangelista, aquellas palabras en boca de Jesús adquieren un nuevo valor.3. Con la invocación 'Padre' ('Abbá'), Jesús confiere un acento filial a su abandono en !as manos de! Padre. Jesús muere como Hijo. Muere en perfecta conformidad con el querer del Padre, con la finalidad de amor que el Padre le ha confiado y que el Hijo conoce bien.En la perspectiva del Salmista el hombre, afectado por la desventura y afligido por el dolor, pone su espíritu en manos de Dios para huir de la muerte que le amenaza. Jesús por el contrario, acepta la muerte y pone su espíritu en manos del Padre para atestiguarle su obediencia y manifestarle su confianza en una nueva vida. Su abandono es, pues, más pleno y radical, más audaz, más definitivo, más cargado de voluntad oblativa.4. Además, este último grito completa el primero, como hemos notado desde el principio. Retomemos los dos textos y veamos que resulta de su comparación. Ante todo bajo el aspecto meramente lingüístico y casi semántico.El término 'Dios' del Salmo 21/22 se toma, en el primer grito, como una invocación que puede significar extravío del hombre en la propia nada ante la experiencia del abandono por parte de Dios, considerado en su trascendencia y experimentado casi en un estado de 'separación' (el 'Santo', el Eterno, el Inmutable). En el grito posterior Jesús recurre al Salmo 30/31 insertando la invocación de Dios como Padre (Abbá), apelativo que le es habitual y con el que se expresa bien la familiaridad de un intercambio de calor paterno y de actitud filial.
Además: en el primer grito Jesús también incluye un 'por qué' a Dios, ciertamente con profundo respeto hacia su voluntad, su potencia, su grandeza infinita, pero sin reprimir el sentido de turbación humana que suscita una muerte como aquella. Ahora, por el contrario, en el segundo grito, está la expresión de abandono confiado en los brazos del Padre sabio y benigno, que lo dispone y rige todo con amor. Ha habido un momento de desolación, en el que Jesús se ha sentido sin apoyo y defensa por parte de todos, incluso hasta de Dios: un momento tremendo; pero ha sido superado pronto gracias al acto de entrega de Sí en manos del Padre, cuya presencia amorosa e inmediata advierte Jesús en la estructura más profunda de su propio Yo, ya que El esta en el Padre como el Padre está en El (Cfr. Jn 10, 38; 14, 10 s.), ¡también en la cruz!5. Las palabras y gritos de Jesús en la cruz, para que puedan comprenderse, deben considerarse en relación a lo que El mismo había anunciado anteriormente, en las predicciones de su muerte y en la enseñanza sobre el destino del hombre a una nueva vida. La muerte es para todos un paso a la existencia en el más allá; para Jesús es, más todavía, la premisa de la resurrección que tendrá lugar al tercer día. La muerte, pues, tiene siempre un carácter de disolución del compuesto humano, disolución que suscita repulsa; pero tras el grito primero, Jesús pone con gran serenidad su espíritu en manos del Padre, en vistas a la nueva vida y, más aún, a la resurrección de la muerte, que señalará la coronación de misterio pascual. Así, después de todos los tormentos de los sufrimientos padecidos, físicos y morales, Jesús abraza la muerte como una entrada en la paz inalterable de ese 'seno del Padre' hacia el que ha estado dirigida toda su vida.6. Jesús con su muerte revela que al final de la vida el hombre no está destinado a sumergirse en la oscuridad, en el vacío existencial, en la vorágine de la nada, sino que está invitado al encuentro con el Padre, hacia el que se ha movido en el camino de la fe y del amor durante la vida, y en cuyos brazos se han arrojado con santo abandono en la hora de la muerte. Un abandono que, como el de Jesús, comporta el don total de sí por parte de un alma que acepta ser despojada de su cuerpo y de la vida terrestre, pero que sabe que encontrará la nueva vida, la participación en la vida misma de Dios en el misterio trinitario, en los brazos y en el corazón del Padre.7. Mediante el misterio inefable de la muerte, el alma del Hijo llega a gozar de la gloria del Padre en la comunión del Espíritu (Amor del Padre y del Hijo). Esta es la 'vida eterna', hecha de conocimiento, de amor, de alegría y de paz infinita.El Evangelista Juan dice de Jesús que 'entregó el espíritu' (Jn 19, 30). Mateo, que 'exaltó el espíritu' (Mt 27, 50), Marcos y Lucas, que 'expiró' (Mc 15, 37; Lc 23, 46). Es el alma de Jesús que entra en la visión beatífica en el seno de la Trinidad. En esta luz de eternidad puede captarse algo de la misteriosa relación entre la humanidad de Cristo y la Trinidad, que aflora en la Carta a los Hebreos cuando, hablando de la eficacia salvífica de la Sangre de Cristo, muy superior a la sangre de los animales ofrecidos en los sacrificios de la Antigua Alianza, escribe que Cristo en su muerte 'por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios (Heb 9, 14).
Escrito por el Papa Juan Pablo II
(fuente: www.aciprensa.com)