SERVIR
Pude leer hace unos dia este escrito sobre las palabras «Servidor»,
«servidora», responden todavía en algunas regiones españolas cuando se
llama a alguien por su nombre, pero en nuestra sociedad actual casi
nadie desea asumir realmente una actitud de servicio.
Estamos de hecho, ante un peligro cuyas dimensiones no deben ser
pasadas por alto. Algunas profesiones, proverbialmente consideradas como
puro servicio -enfermeras, empleadas del hogar- desaparecen poco a poco
en muchos países, y este lento agonizar amenaza la ruina de no pocos
puntales de nuestra vida social.
El hombre de nuestro tiempo, preso todavía en la angostura tormentosa de
una adolescencia prolongada, resiste a adoptar una actitud de servicio
porque teme rebajarse, porque confunde servicio y esclavitud, porque
diviniza una determinada concepción de la libertad.
El ser humano es por esencia, señor y servidor a un tiempo: nadie puede
asumir uno solo de estos papeles y rechazar el otro, porque no sólo los
dos están unidos en la entraña de la persona, sino porque en realidad el
uno se resuelve en e1 otro. Las grandes figuras de la humanidad lo son
de servidores.
El Sumo Pontífice es «servus servorum Dei», a los cristianos en olor de
santidad se les llama «siervos de Dios» y los ángeles mismos son
«siervos mensajeros de la Divina Majestad».
Y el hijo de Dios hecho hombre declaró con una frase lapidaria el
sentido de su vida en la tierra: «No vine a ser servido, sino a servir»,
revelando con estas palabras el significado de la vida de todo hombre,
servir; servir a Dios y al prójimo.
Servir es sembrar, sembrar semilla buena.
Servir es servir a todos y a cualquiera, no preferentemente a quienes a su vez, pueden alguna vez servirnos.
Servir es distribuir afecto, bondad, cordialidad, apoyo moral, amor y ayuda material.
Servir es repartir alegría, estima, admiración, respeto, gratitud,
sinceridad, honestidad, libertad, justicia, es infundir fe, optimismo,
confianza y esperanza.
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