sábado, 28 de agosto de 2010

CUANDO UN AMIGO SE VA

Queda mucho más que un espacio vacío

La amistad es una de las tantas

maravillas de la vida que quisiéramos que durase para siempre. Sin embargo, como todas las demás cosas que nos suceden, no siempre gozamos de ese privilegio. Hay amigos que nos acompañan durante mucho tiempo, otros no tanto, y algunos que recorren, con nosotros, lo que nos resta de trayecto.

Están aquéllos que la vida llevó por otros caminos. Muchos de ellos, sobre todo en la Argentina, han tenido que tomar la difícil decisión de emigrar a otro país para encontrar lo que aquí no conseguían y, así, forjarse un futuro. Si bien podemos conservar la amistad, ya que contamos con varios medios de comunicación que nos permiten seguir conectados, perdemos la cotidianeidad y, por sobre todo, la presencia. Ya no podremos charlar en profundidad, tomándonos un café o unos mates, lo haremos por chat, mail o las redes sociales. No está mal, por cierto, pero cuánto mejor sería poder darle un abrazo, alcanzarle un pañuelito para secar una lágrima o poder darle un beso antes de decirle adiós. De todos modos, un amigo no dejar de ser amigo, porque se encuentre a miles de kilómetros. Cambiará la forma de comunicarnos, pero lo esencial −que es el amor que sentimos− no cambia.

Hay otros seres que, en una época de nuestra vida, supieron ser grandes amigos y, hoy, ya no lo son. Gente que hemos conocido, tal vez, en un trabajo, o en el colegio o la facultad. Personas que compartían un mismo ámbito, y con las cuales logramos un vínculo. Ellas han sido importantes para nosotros. Nos han enriquecido, nos han contenido. Hemos compartido vivencias, alegrías, temores, los nervios de un examen. Aunque el tiempo haya pasado y marcado direcciones diferentes en los caminos de unos y otros, una parte nuestra permanece con ellos, y una parte de ellos siempre estará con nosotros. Ellos también forman parte de lo que hoy somos y, de un modo u otro, han modificado nuestra vida.

Otros amigos, en cambio, han partido para siempre. Sabemos que, en este caso, no habrá reencuentro posible, sólo hasta que nos toque partir a nosotros. La muerte de un ser querido siempre es dolorosa. Nos cuesta mucho pensar que nunca más volveremos a disfrutar de una charla, que no tendremos ni siquiera la esperanza de viajar para verlo o de que la vida nos sorprenda con un reencuentro fortuito.

En cualquiera de los casos, cuando un amigo ya no está con nosotros, hay que darle la razón a la canción, pues deja un espacio vacío que no se llena con la llegada de otro amigo. Esa persona que compartió parte de nuestra vida y que ahora ya no lo hace, o al menos, no de la misma manera, ocupa su lugar intacto en nuestro corazón, en nuestro recuerdo, en nuestra añoranza.

Un amigo no se olvida, aunque no lo veamos con frecuencia, aunque desconozcamos cuándo lo volveremos a ver, aunque sepamos fehacientemente que no lo veremos más.

Un amigo, como los grandes amores, tiene su sello, deja su marca, su huella. Una huella que no borran ni la distancia, ni los avatares de la vida, ni aun la muerte.

Por eso, vaya nuestro sincero homenaje y nuestro agradecimiento por haber hecho, en algún momento, nuestra vida mejor.

Fuente: http://www.san-pablo.com.ar/


No hay comentarios:

Publicar un comentario