jueves, 18 de marzo de 2010

El anhelo del Padre

Palabra del Domingo: 14 de Marzo del 2010
Publicado en web el 11 de Marzo, 2010

Nuestra Madre Iglesia ofrece hoy, en el Cuarto Domingo de Cuaresma, un hermoso relato para “prepararnos con fe viva y entrega generosa a celebrar las Fiestas de la Pascua” (Oración Colecta). El texto es conocido como la “Parábola del hijo pródigo”, aunque debiera denominarse la “Parábola del Buen Padre” (Lc 15, 1-3. 11-32).

Un respetuoso desafío
El marco literario de la parábola es muy importante para su adecuada comprensión (vv. 1-3). En él se muestra a dos grupos de personas diferentes que se acercan a Jesús. Unos para escucharlo (véase v. 1); otros, en cambio, murmuraban de Él, diciendo: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos” (v. 2). Jesús, entonces, respondió con una parábola, que solía ser el medio respetuoso con el cual se defendía ante el ataque de sus adversarios (véase v. 3).

La reveladora imagen del Padre
La parábola se divide en dos partes: la primera habla del hijo joven perdido (vv. 11-24); y, la segunda, del responsable hijo mayor (vv. 25-32). En ambas, la figura principal es el “Padre”, como en las parábolas previas lo son “el pastor” (compérense vv. 4-7), y “el ama de casa” (compárense vv. 8-10). Los dos hijos aparecen para esclarecer la actitud de su Padre, quien se constituye en el personaje central, al grado de que la palabra “Padre” la encontramos doce veces en la parábola.
La descripción de la parábola rompe la imagen habitual del Padre. No hace acto de presencia ninguna clase de discursos moralizantes. Hubaut lo expresa maravillosamente: “El Padre sabe que su hijo se siente mal. Sabe la amarga experiencia que acaba de vivir. Sabe que su hijo necesita más ternura que palabras para cicatrizar sus heridas, para que se le devuelva el gusto por vivir”. Por ello, no duda en correr, abrazarlo y besarlo, los cuales son signos de restauración y de perdón (véase v. 20). La actitud del Padre es invariable para con sus dos hijos, pues de igual modo que con el menor, quien se había portado de lo peor, lo recibe con gran fiesta, otorgándole su perdón, así también con el hijo mayor, renuente a participar del encuentro, su Padre le suplica que se digne hacerlo: “El hermano mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogaba que entrara” (v. 28).

Celebrar la fiesta
Los invitamos a reflexionar en Jesús, quien contaría tan bella parábola a partir de su experiencia personalísima de cercanía de Dios, puesto que Él no es exégeta de la Ley, sino exégeta del Padre y, se expresa en lenguaje poético, porque la realidad le habla de Dios, y Dios ilumina la realidad.
Lo que caracteriza el proceder del Padre, conforme a lo revelado por el Señor Jesús, es su perdón incondicional, siendo su mayor anhelo celebrar una fiesta con sus hijos: “Pero era necesario hacer una fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado” (v. 32).

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