viernes, 3 de septiembre de 2010

TEMA FORMATIVO

Espiritualidad misionera de San Pablo

Vivir el misterio de Cristo «enviado»

La espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar. Pablo describe sus actitudes:
«Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,5-8).

Al misionero se le pide «renunciar a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos». A esto se orienta la espiritualidad del misionero: «Me hice débil con los débiles... Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio. Y todo esto, por amor a la Buena Noticia» (1ª Cor 9,22-23).

Amar a la Iglesia y a los hombres como Jesús los ha amado

El misionero es el hombre de la caridad. Lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia:
«Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella» (Ef 5,25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana —como dice san Pablo— es «el cuidado de todas las Iglesias» (2ª Cor 11,28). Para todo misionero y toda comunidad «la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia».

No sólo transmite Pablo las palabras de Cristo, sino que afirma que es Cristo mismo quien habla en él (2 Cor. 13,3). Quien afirma:
«vivo, no yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal.2,20), dice también «habla Cristo en mí». Hay tal identificación entre Cristo y su enviado, que ya no son dos, sino una sola cosa. El evangelizador es como un sacramento de Cristo. En él y a través de él es Dios mismo quien exhorta (2 Cor. 5,20).

De este modo, el Evangelio que Pablo predica no es sólo palabras, sino Palabra hecha carne y vida; el anunciar ese Evangelio hecho realidad; él mismo se había convertido en Evangelio, en Palabra; dejando vivir a Cristo en sí mismo (Gal. 2,20), podía presentarse a sí mismo como modelo y ejemplo de una existencia auténticamente cristiana y evangélica.

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