miércoles, 28 de julio de 2010

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO


Evangelio: Lucas 10, 25-37


En aquel tiempo, se presentó un letrado y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» El le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿qué lees en ella?» El letrado contestó: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo». Él le dijo: «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida». Pero el letrado, queriendo aparecer como justo, preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús dijo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: Cuida de él y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta. ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» El letrado contestó: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Anda, haz tú lo mismo».

El compromiso de la caridad

Con la parábola del Buen Samaritano, una vez más se nos recuerda que la caridad nos obliga a todos. Y ese es parte del significado de que Jesús haya escogido en su historia a un sacer-dote, un levita y un samaritano.

Nadie está dispensado para vivir una caridad solidaria y comprometida. Se trata de una obligación de todos y de cada uno de los seres humanos. Por tanto, por más que hayan ins-tituciones solidarias en la Iglesia o estén fun-cionando diversas ONG´s destinadas a ayudar a muchas personas en el mundo, cada uno, laico o sacerdote, católico o no, tiene la res-ponsabilidad de vivir la caridad. Se nos invita a revisarnos porque todos esta-mos expuestos a que Cristo, en el día final, nos diga: Tuve hambre y no me diste de comer; estuve enfermo y no me atendiste.
Ante esta exigencia debemos dejar a un lado las excusas. Es una obligación personal pues, al final de nuestra vida, Dios examinará a cada uno según sus obras.

Acercarse al prójimo

El que necesita de mi compromiso y está cer-ca de mí ese es mi prójimo. Por ejemplo, prójimo es aquel a quien yo veo que tiene una necesidad corporal, tal como: el hambriento, el que no tiene abrigo, el enfermo, el preso, el que no tiene techo, el que no tiene cómo enterrar a su pariente.

Prójimo también es aquel que necesita una ayuda espiritual y que yo se la puedo dar. Por ejemplo, aconsejar a la persona desorientada o confundida; consolar a alguien en medio de su dolor; apoyar y acompañar al que se siente solo y deprimido; perdonar al que se equivocó leve o gravemente; tenerle paciencia al colérico o al desesperado; rezar por los difuntos; etc. En fin, se trata de ofrecer nuestra ayuda generosa con la conciencia de lo que Santa Rosa de Lima enseñaba: «No debemos can-sarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús»

Ser prójimos

Ese es el espíritu del Buen Samaritano, el mismo que el Señor Jesús vivió y desde el cual nos enseña a vivirla como catolicos.
La parábola nos invita examinarnos con honestidad. Es mejor ser sinceros en este tiempo y poner manos a la obra que esperar el día del juicio final en el que Cristo nos confronte cara a cara y nosotros tengamos demasiado poco que mostrarle.





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