jueves, 8 de julio de 2010

DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Domingo 27 de junio del 2010

DOMINGO DEL SEÑOR

Evangelio: Lucas 9, 51-62
Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos, Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.
Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro dijo: «Sígueme». El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre». Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios». También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa». Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios».

Dios llama y pide magnanimidad


La vida consagrada, vivi-mos un tiempo de escasez vocacional espiritual de tanta gente. Y no es que el Señor haya dejado de llamar sino que muchos están rechazando ese camino de libertad y felicidad que Dios ha pensado amorosamente para ellos. También hay de los que habiendo aceptado en un primer momento poner las manos en el arado, han mirado hacia atrás y han abandonado su trabajo volviendo al mundo de donde fueron llamados.


Pero, la insuficiente cantidad de jóvenes que responden al llamado del Señor y las dificultades que ellos presenta, no han de llevarnos a bajar la varilla y a rendirnos ante la situación. No hay que hacerlo nunca y menos hoy, un tiempo que necesita gente consagrada y convencida de su propia opción. Los compromisos de obediencia, celibato y disponibilidad apostólica no resisten a decisiones débiles y eso es lo que expresa el Señor en el Evangelio de hoy.

Ante la propuesta: «Te seguiré adondequiera que vayas», la respuesta del Señor es: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». La vida consagrada no es un refugio frente al mundo, ni una vida llena de comodidades y sin compromiso. Ante sus exigencias no bastan los simples buenos deseos.

Cuando al Señor le responden: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre», Jesús dice: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios». Esta respuesta, el Señor, se la da a todos aquellos que tienen el corazón indeciso y débil, para quienes un acto tan noble como es el de enterrar a nuestro propio padre, puede acabar en una huida cobarde ante la vocación de ser apóstol. No faltan aquellos que no se atreven a hablar cara a cara para decir sí o no y, con diplomacia, saben presentar una buena excusa, difícil de refutar, con la que desapare-cen del panorama.

Cuando otro le responde: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa». Jesús le responde: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios». Se trata alguien de buena voluntad pero ¿cuántas veces el natural afecto hacia los padres puede convertirse en una rebeldía contra Dios? Una vocación a la vida consagrada no termina de madurar en el regazo del hogar sino en la formación seria de buenos amigos y consejeros espirituales. Tanto el casado como el consagrado han de dejar a su padre, a su madre y a sus hermanos, para madurar su vocación. El dolor de esta separa-ción es la crisis que tiene que superar todo aquel que quiere seguir creciendo como per-sona y como cristiano.

El Señor Jesús, paradigama de la vocación

El tiempo que vivimos doblega a aquellos que no fortalecen su opción vocacional día a día. Por eso, en la oración y la acción, hay que aprender de nuestro Señor Jesucristo quien «tomó la decisión de ir a Jerusalén» para mo-rir en la Cruz y camina hacia adelante en ese propósito aunque muchos no vean ni valoren la firme voluntad que tiene de salvarnos.

Este es el camino de la verdadera libertad, el que vive toda su vida como un servicio a Dios y a los demás por el deseo de vivir el amor en su más grande expresión ¿Quién más libre que Cristo quien lo ha entregado todo hasta el último suspiro en la Cruz? Él nos ha liberado con su entrega para que nosotros aprendamos a ser verdaderamente libres viviendo como Él lo hizo.

Sigamos a Dios tal como lo reza el salmista: «Tengo siempre presente, al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré». Confiemos en que los pasos que nos señala Jesucristo es el camino de la verdadera felicidad y, por ello, recemos con fe: «Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha».

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