domingo, 20 de junio de 2010

PALABRA DEL DOMINGO

El Misterio redentor de la Cruz
Domingo 20 de Junio - XII del T.O.
Lucas 9, 18 - 24

Nuestra Madre Iglesia ofrece hoy, en la Mesa de la Eucaristía, un pasaje del Santo Evangelio donde aparece la declaración de Pedro acerca de la identidad de Jesús: “El Mesías de Dios”, y la del propio Jesús sobre su destino, cuyo seguimiento hemos de asumir sus discípulos (Lc 9, 18-24).

La importancia dela oración

La perícopa inicia: “Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: ‘¿Quién dice la gente que soy?’” (v. 18). La indicación de que Jesús estaba orando da un relieve particular a la escena. El evangelista destaca que los momentos más extraordinarios de la vida interior de Jesús, como la revelación y toma de conciencia de Hijo en el Bautismo y en la Transfiguración, acontecieron “mientras oraba” (Lc 3, 21-22; 9, 28.36). Cuando Jesús se concentra en la oración es porque algo significativo va a suceder: 6, 12-16; 11, 1; 22, 39-46; 23, 34.46. Lucas anhela mostrar la importancia de orar.



En Jesús y por Jesús, Dios realizasu obra salvadora

Los discípulos respondieron a Jesús: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos Profetas que ha resucitado” (v. 19). La imagen de Jesús, entre el pueblo, es la de un “Profeta” y no precisamente la de una figura “mesiánica” (compárese Jn 6, 14). Jesús, entonces, preguntó expresamente a sus discípulos: “‘Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?’. Respondió Pedro: ‘El Mesías de Dios’. Él les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie’” (vv. 20-21). Pedro aparece una vez más como el portavoz indiscutido de los discípulos (compárese: Lc 5, 8; 6, 14; 8, 45.51). Pedro confiesa que Jesús es el “Mesías de Dios”. Lucas agrega “de Dios” (compárese: v. 20 con Mc 8, 29). El evangelista subraya, así, que en Jesús y por Jesús, Dios realiza su obra salvadora.

Ser discípulo de Jesúses seguirlo

Enseguida encontramos el primer anuncio de la Pasión: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día” (v. 22). Jesús se refiere a Sí mismo como el “Hijo del hombre” que tiene qué sufrir mucho. El destino de sufrimiento, reprobación y muerte no termina en fracaso, sino en victoria. A Jesús, la piedra desechada por los constructores, Dios la convertirá en piedra angular (compárese Lc 20, 17).El sufrimiento entraña un misterio inefable, al extremo de que nuestros sufrimientos, unidos a los de Cristo, tienen carácter salvífico: “Ahora -confiesa Pablo- me alegro por los padecimientos que soporto por ustedes, y completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne, a favor de su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24). Reconocer a Jesús, sufrido, rechazado y asesinado, implica seguirlo en su camino, decididos a vivir como Él, abrazando nuestra propia cruz (véanse vv. 23-24).

No hay comentarios:

Publicar un comentario