miércoles, 26 de mayo de 2010

PALABRA DEL DOMINGO (Ascensión del Señor)

El tiempo de la Iglesia
Domingo 16-05-2010 (Lucas 24, 46 - 53)

Nuestra Madre Iglesia coloca hoy sobre la Mesa de la Eucaristía un esperanzador pasaje del Santo Evangelio, que revela el misterio de la insólita partida del Señor Jesús, su retorno al Padre, de quien había venido, inaugurando así el tiempo de la Iglesia (Lc 24, 46-53).

En el nombre de Jesús
El relato precisa que ha llegado el momento en que los discípulos, fieles testigos, deberán predicar la obra salvadora en el nombre de Jesús, a través del mundo entero: “Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: ‘Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto” (vv. 46-48).
Cuando en las Sagradas Escrituras se habla del “nombre” de Jesús, se refiere a su Persona, a su providente presencia, en la que se concreta nuestra salvación. Así lo afirma Pedro: “Porque no hay bajo el Cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4, 12).

La promesa de Jesús
El Señor ofreció a los suyos el don del Espíritu Santo para que pudieran dar testimonio de su mensaje salvífico: “Les voy a enviar al que mi Padre les prometió” (v. 49). El evangelista explica que el tiempo de Jesús comenzó en virtud “de las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de lo alto” (Lc 1, 78). Y el tiempo de la Iglesia inicia ahora, justo al recibir esa “fuerza de lo alto” (v. 49; compárese Hch 1, 8).

Esta nueva presencia transformó la vida de los discípulos, manifestándose como realidad y signo. La venida del Santo Espíritu será realidad eficaz, pero también signo del poder de Jesús. El evangelista explicita así la terminación de una página de la Historia de la Salvación, dando inicio a otra: “Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecieron constantemente en el templo, alabando a Dios” (vv. 50-53). Es el tiempo de la Iglesia.

Desear con el deseo de Dios
Lucas, fiel a su proyecto teológico, cierra con una inclusión. Si el Antiguo Testamento había concluido con la oración de un sacerdote en el templo: “El ángel le dijo: ‘No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará un hijo, a quien pondrás por nombre Juan” (1, 13), ahora, también en un clima de ferviente oración y en el templo, comienza la nueva etapa de la Iglesia, que espera, confiada, la Promesa del Señor: “Permanecieron constantemente en el templo, alabando a Dios” (v. 53).
La oración consiste en desear con el deseo de Dios.

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