lunes, 31 de mayo de 2010

El Señor es nuestra alegría

Palabra del Domingo (Jn 14,15-16.23-26)
Domingo 23 de Mayo del 2010



El día de hoy, nuestra Madre Iglesia nos convoca a celebrar el gozoso acontecimiento de la irrupción del Espíritu Santo en su vida, quien la capacita para ejercer el don de la sagrada Reconciliación, conferido por el Resucitado (Jn 20, 19-23).

La alegre realidad pascual
El miedo causaba estragos en la comunidad, manteniéndola aislada, cuando Jesús, el Señor de la Vida, visitó a los suyos y les ofreció su paz, lo cual provocó una inmensa alegría: “Al anochecer del día de la Resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz esté con ustedes’. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría” (vv. 19-20). Las heridas de Jesús se convierten, así, en sus señas de identidad. El evangelista quiere dejar fuera de toda duda que el Resucitado es el mismo que murió en la Cruz y ahora se presenta triunfante (compárese Hch 10, 37-41). Al ver al Señor, aquel paralizador miedo se transformó en esperanzadora alegría, capaz de dilatar el mundo y activar dinamismos dormidos, por ser el sentimiento básico de la realidad pascual.
Mensajeros de la paz
Después de que el Señor los fortaleció con su presencia, los invitó a participar en la misión conferida por el Padre: “De nuevo les dijo Jesús: ‘La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío Yo’” (v. 21). La paz de Jesús no es igual a la ofrecida por el mundo (véase Jn 14, 27). De acuerdo a la concepción jurídica judía, el enviado de una persona es como si fuera ella misma: “Quien a vosotros recibe, a Mí me recibe, y quien me recibe a Mí, recibe a Aquél que me ha enviado” (Mt 10, 40). Ello significa que el enviado representa a quien envía y, por tanto, comparte sus poderes. San Juan enlaza, con la aparición pascual del Viviente, el acto fundacional de la Santa Iglesia, cuya misión parte de la voluntad del Señor y tiene por objeto comunicar al mundo entero la paz lograda por Él.
Testigos de la reconciliación
Jesús, entonces, “sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar’” (vv. 22-23). La acción salvadora de la Muerte y Resurrección de Cristo se realiza por el Espíritu Santo. Con la comunicación del Espíritu Santo se nos participa un nuevo comienzo, que tendrá como misión primordial dar testimonio de la reconciliación operada por el Señor Jesús, quien se constituye en el fundamento de la paz y de la alegría de la comunidad que es la Santa Iglesia, de la cual tenemos la gracia, el honor y, sobre todo, la dicha de formar parte: “¡Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría!”.

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